"Afortunadamente, la guerra es algo terrible. De lo contrario, podría llegar a gustarnos demasiado."

Robert E. Lee, general de los Estados Confederados de América










martes, 23 de noviembre de 2010

Brásidas, el Genio Olvidado (III)

El fracaso en Pilos terminó con la rendición del contingente espartano aislado en la isla de Esfacteria. Nada menos que 420 hoplitas se entregaron a los atenienses después de una enconada resistencia en la que hicieron todo lo que se le puede pedir a un soldado. Este debacle fue un espantoso golpe para la sociedad espartana, que se veía privada de un número importante de Spartiatas (recordemos, espartanos de “pura sangre”, pertenecientes a la élite social de Lacedemonia). La guerra pintaba cada vez peor para los orgullosos espartanos, cuya fama de invencibles comenzaba a desvanecerse.
Brásidas fue testigo impotente de estos hechos y el desastre le convenció de que algo no funcionaba en la estrategia que estaban siguiendo. Comenzó a desarrollar un plan para volver las tornas y retomar la iniciativa en el conflicto. Hasta entonces, Esparta y sus aliados se habían contentado con invadir anualmente el Ática, devastarla y volverse a casa. Entretanto, los atenienses, con su superioridad naval, incursionaban donde y cuando querían. La idea de Brásidas era devolver los golpes a Atenas atacando no en su propio suelo, sino en sus colonias. Coincidió que por aquel entonces, en el 424 a.C., el rey Perdicas II de Macedonia, un primitivo estado pseudo-griego al norte del país, solicitó ayuda a Esparta a cambio de alinearse con ella en la guerra. Brásidas aprovechó para proponer su plan. Si se mandaba un contingente hasta Macedonia, este podría operar desde allí con el apoyo de Perdicas para arrebatar a Atenas sus colonias en la costa norte del Egeo, las cuales estaban, por cierto, más que dispuestas a dejarse arrebatar. Incluso se hacía posible avanzar hasta Bizancio y bloquear el estrecho del Bósforo, por el que a la fuerza tenían que pasar los envíos de trigo para Atenas. La idea era, como cabía esperar de Brásidas, muy audaz, tal vez temeraria, pero viable. Y, de funcionar, podría llegar a ganar la guerra.
Se presentaba dos problemas, no obstante. El primero era la sempiterna escasez de tropas que sufría Esparta, agravada por el desastre de Pilos. El segundo era el dominio del mar por parte de la armada ateniense. ¿Cómo enviar un ejército al otro lado del país si no podían embarcarlo? Brásidas no se desanimó y a base de insistir consiguió que el gobierno le diese carta blanca. Ciertamente, los éforos preferían al joven y molesto general al mando de un ejército ganando victorias para Esparta que en la capital, proponiendo proyectos, estrategias y remodelaciones. Brásidas había solucionado el segundo problema de un modo muy simple. Si no podía ir en barco, iría a pie, lo cual implicaba cruzar Grecia de abajo a arriba, incluyendo varios territorios enemigos. Para su decepción, y excusándose de falta de hombres, los éforos le concedieron un contingente de ilotas que aseguraban ser fieles a Esparta y estar dispuesto a luchar por ella. Dado el trato que los espartanos dispensaban a los ilotas, se comprenden los recelos de Brásidas con respecto a esta afirmación. Para el resto del ejército, se le concedió una suma de dinero para que reclutase mercenarios.

Un ejército espartano era una visión temible para el enemigo. Los lacedemonios fueron el primer pueblo de la historia en usar uniforme. Cada hoplita vestía una túnica y un manto (tribón) rojos. A diferencia de los de las demás polis, los escudos espartanos lucían todos la misma insignia, una letra lambda mayúscula, inicial de Lacedemonia.

No muy entusiasmado con su nuevo ejército, Brásidas viajó por el Peloponeso alistando en su ejército a soldados de las ciudades aliadas y bandas de mercenarios, abundantes en períodos de guerra. En ello estaba, cerca de Corinto, cuándo le llegó noticia de que los atenienses intentaban capturar la ciudad aliada de Mégara.
Mégara había sufrido especialmente la guerra con Atenas por su proximidad, y además estaba enfrascada en un conflicto civil con una facción desterrada que saqueaba las tierras. En vista de que la situación se volvía insostenible, el pueblo decidió indultar a los desterrados, pero los gobernantes de la ciudad, que eran quienes habían declarado el destierro, pensaron que era preferible ponerse en manos de Atenas y negociaron en secreto la rendición de la ciudad con los generales atenienses Demóstenes, el vencedor de Pilos, e Hipócrates.
Siguiendo instrucciones de sus partidarios, Los dos generales se ocultaron con sus tropas, no muy numerosas, en las cercanías de la muralla que conectaba Mégara con el puerto de Nisea (ambas ciudades no distaban más de 1,5 km). A una señal, los conjuradores abrieron las puertas y los atenienses entraron en el recinto y se abrieron camino hasta Nisea, que tenía una pequeña guarnición de lacedemonios. El pueblo, asustado por el ataque, se rindió y entregó a los lacedemonios.
Enterado de esto, Brásidas corrió con sus hombres y varios contingentes de aliados reunidos apresuradamente y alcanzó Mégara cuando Demóstenes e Hipócrates terminaban de capturar Nisea. Los megarenses, que preparaban la rendición, al ver llegar a Brásidas optaron por permanecer a la espera para unirse al vencedor. Brásidas intentó entrar en la ciudad con una pequeña escolta para asegurarse su fidelidad, pero los megarenses no le dejaron entrar, pues querían mantenerse neutrales mientras el resultado fuese incierto. En vista del fracaso, el espartano formó a sus tropas ante las murallas entre las dos ciudades. Sus hombres eran superiores en número a las atenienses, pues se le habían unido refuerzos que había mandado llamar desde Beocia. Dada su desventaja, Demóstenes e Hipócrates rehusaron el combate, disponiéndose en formación pero sin tomar iniciativa alguna. Finalmente, los atenienses se retiraron y los megarenses, considerando vencedor a Brásidas, reafirmaron su alianza con Esparta.
La salvación de Mégara fue recibida con alegría en Esparta, donde se confirmaban las teorías de que Brásidas rendía mejor fuera del país. A pesar del desdén inicial, la expedición comenzaba de forma inmejorable. Brásidas, una vez asegurada la situación y reclutado el mejor ejército que le fue posible, marchó hacía Macedonia. Después de cruzar toda la región aliada de Beocia, llegó con sus tropas a Heraclea Traquinia, ciudad fundada a petición de los nativos por colonos espartanos y que servía de base de operaciones en el norte a los lacedemonios. En ella, Brásidas buscó a algunos antiguos conocidos y proxenos (familia con estrechos lazos con alguna otra familia de una ciudad distinta, por los cuales se dispensaban ayuda mutua siempre que les fuese posible) para que le sirviesen de guías para atravesar Tesalia.
Tesalia, una zona agreste al noreste de Grecia famosa por sus caballos, simpatizaba con Atenas, lo cual dificultaba en gran medida el trayecto. Brásidas, sin embargo, pensaba atravesarla lo suficientemente rápido como para que no hubiese tiempo de organizarse contra él. Una vez consiguió a los guías, emprendió la marcha. Al llegar al río Enípeo, una comitiva de tesalios le salió al paso y le comunicó el descontento de los nativos por su presencia, instándole amenazadoramente a dar media vuelta. Los guías de Brásidas intentaron justificar la presencia de los lacedemonios. Entonces, Brásidas se valió de su elocuencia, nada común en un espartano, y les habló de forma afable y conciliadora, asegurando sus buenas intenciones para con los tesalios. Pidió que le dejaran cruzar, pues no les acarrearía molestias, pero afirmó que si decidían lo contrario acataría su voluntad. Los emisarios se marcharon dejándole vía de libre, pero recelosos, por lo que Brásidas atravesó lo que le quedaba del país a marchas forzadas, sin que los tesalios se pusiesen de acuerdo sobre si atacarle o no.