El Sol castigaba inmisericordemente las inmediaciones de
aquella colina rocosa que los nativos llamaban Isandlwana[1]. No faltaba mucho
para el mediodía y el calor era insufrible. Ni siquiera la fauna local,
acostumbrada al clima de su hábitat, se atrevía a salir esa mañana de enero.
No, pensaba Nathan E. Woodgate, ese no podía ser el mismo astro que se dejaba
ver tímidamente entre las nubes en Sussex. Era imposible que fuese ese Sol que
entraba por la ventana de su cuarto en la casa de campo de su padre,
despertándole a él y a sus dos hermanos antes de que tuviese que ir a hacerlo
el formal mayordomo Burdon.
Definitivamente, este no era ese Sol, este era un Sol
maldito que no solo le torturaba con su insoportable bochorno, sino que además
le recordaba a cada momento que no estaba en Inglaterra, sino en la condenada
tierra de los zulúes. Tal vez si hubiese estado sentado bajo un toldo,
dispuesto a comer, con una botella de vino delante y un ordenanza indio
sirviéndole el primer plato, hubiese encontrado todo aquello ligeramente
molesto, pero no era el caso. Woodgate estaba montado en su caballo, detrás de
una delgada fila de fusileros de su compañía, la H del 1º Batallón del 24º
Regimiento de Infantería de su Majestad, y con una marea de zulúes[2] sedientos
de sangre corriendo hacia él.
A unos metros a su izquierda, los dos cañones del mayor
Stuart Smith dispararon contra la avalancha negra. El ruido de las explosiones
fue ahogado por los gritos de guerra de los miles de zulúes, que siguieron
avanzando. Estaban rodeando poco a poco el campamento británico, emplazado al
pie de la colina. Los soldados del teniente coronel Pulleine habían formado por
compañías a varios centenares de metros de las tiendas, haciendo un perímetro
defensivo con el cual esperaban detener a los atacantes a base de un fuego
nutrido. Los veteranos fusileros del 24º, con sus casacas rojas, aguardaban
estoicamente la orden de disparar mientras contemplaban al enemigo aproximarse.
Woodgate, sin embargo, no estaba ya allí, sino en una
elegante mansión rural en los campos de Sussex. Sabía, el teniente Melvill se
lo había dicho más de una vez, que llegado el momento, un oficial solo debía
pensar en sus hombres, el enemigo, y la manera de conseguir acabar con este
último sin perder a los primeros. Pero el olor a tierra mojada y al roast
beef de la señora Henderson era
demasiado cautivadores y le ofrecían una forma de huir de una realidad no
deseada.
***
Lo primero que recordó fueron las tardes bajo un viejo roble
del jardín, con su hermano pequeño, el enérgico Will, explicando las reglas
para un nuevo juego ante la mirada escéptica de sus hermanos mayores, James y
el mismo Nathan. Podía oírle aclarar sus dudas con la ilusión asomando en sus
ojos. Y cómo se enfadaba cuando ellos le decían, simplemente para hacerle
rabiar, que resulta inviable. Will siempre fue un soñador. “Incombustible”,
como decía James, no dejó de idear proyectos futuros hasta que la bala de un
mosquete afgano acabó con ellos en una escaramuza fronteriza.
Lo mejor de los veranos en Sussex, sin duda, eran las tardes
en el jardín, pero más relevantes para su futuro fueron las cenas en las que su padre, el coronel Woodgate, y su
abuelo, el general Stafford, explicaban a los hermanos las características de
la vida del soldado inglés, que era lo que les esperaba. Uno de los recuerdos
más impactantes de la infancia de Woodgate era escuchar la carga de la
caballería de Napoleón en Waterloo contada por lo ronca voz de su abuelo. Desde
pequeño había intentado imaginar varas veces el aspecto de los coraceros de la
Grande Armee arremetiendo contra los cuadros de casacas rojas. Allí empezó la
formación militar de los hermanos Woodgate.
James, Nathan y Will fueron a la academia militar, como era
previsible en tres varones de una familia como la suya, que había regado con la
sangre de los Woodgate América, la India y Europa. Sus dos hermanas fueron a un
colegio para damas de alta sociedad y apenas las había vuelto a ver desde
entonces. De todas formas, nunca había tenido una relación muy cercana con
ellas. Le habían hecho saber que una se había casado con un capitán de
prometedora carrera que se había distinguido en diversos frentes.
En la academia, Nathan ingresó en infantería. Fue un buen
alumno y nunca causó muchos problemas a los oficiales, excepto a uno, un
capitán de nombre Jones que tenía fama entre los cadetes por su mal humor y su
originalidad a la hora de castigar a los “elementos díscolos”. El capitán Jones
fue el responsable de hacerle pasar su primera y última temporada en un
calabozo por salir sin permiso del recinto.
***
Los soldados dispararon contra la masa de zulúes que se
abalanzaba sobre ellos. Las balas de los fusiles Martini-Henry causaron
estragos entre los guerreros atacantes, pero no frenaron su avance. Las
descargas continuaron, pero nada parecía parar a aquellos hombres.
***
Una vez graduado, se destinó a Woodgate al glorioso 24º
Regimiento, acantonado en la India. Recordaba la India como un lugar tranquilo
y agradable, donde la vida transcurría entre galas y elegantes celebraciones.
Era un destino muy diferente al de los desgraciados de la frontera del
Noroeste, donde acabó Will, encerrados en incómodos acuartelamientos, helados
por el frío y acosados por los belicosos afganos. Las jornadas en la India
pasaban sosegadas, animadas por alguna buena conversación entre oficiales y
unas copas. Ciertamente, esa no era lo vida militar de la que el abuelo le
había hablado, pero el hecho de vestir el uniforme de teniente del Ejército de
su Majestad era motivo suficiente de orgullo, aunque solo lo usase para asistir
al cumpleaños del Alto Comisario o al aniversario de alguna sonada victoria de
los “casacas rojas” celebrado por el comandante en jefe.
Pero la India era mucho más que eso. Para él, la India era
Violet Hunter. No había habido muchas mujeres en la vida de Nathan Woodgate.
Había flirteado con algunas damas mientras estaba en la academia de las que
creyó estar enamorado, pero al conocer a
la hija de del mayor Hunter se dio cuenta de cualquier cosa que hubiese
sentido antes no podía haber sido amor. Alegre, inteligente y dotada de una belleza discreta pero innegable, no tardó
en llamar la atención entre un grupo de jóvenes oficiales que hacía mucho que
no veían a una compatriota de su edad.
***
Los zulúes estaban casi encima de ellos. El capitán Wardell,
que mandaba la compañía, ordenó fuego a relevos mientras se replegaban. Los
soldados se dispusieron en dos filas y mientras una abría fuego, la otra
recargaba. Una vez efectuadas las dos descargas, retrocedían unos pasos y
repetían la maniobra.
***
Nathan no era una excepción y, de hecho, ningún otro llegó a
quererla cómo él. Violet siempre se mostró especialmente atenta con él, pero el
oficial sabía que no era correspondido. Ella disfrutaba de su compañía y a
menudo paseaban juntos, charlando de temas muy diversos. Nathan se confesó a si
mismo que, sin duda, esos habían sido los mejores momentos de su vida. En esa
época, pasaba el tiempo que no estaba con ella haciendo planes para un futuro
juntos, imaginando una vida ideal al lado de la mujer que amaba. Y se sonreía a
sí mismo al pensar que por mucho menos se había burlado del pobre Will. Si la
felicidad total existía, el había estado muy cerca de alcanzarla. Solo le
hubiese faltado saber que ella le amaba. El por qué nunca se le declaró era una
pregunta molesta que con insistencia se infiltraba entre sus pensamientos. El
caso era que cuándo el 24º marchó para Ciudad del Cabo, Violet Hunter se quedó
en la India y una buena parte de Nathan Woodgate se quedó con ella.
***
Los gritos de los soldados obligaron a Nathan a volver a la
realidad. Y lo que vio fue espantoso. El perímetro de casacas rojas ya no
existía. Los zulúes habían hecho pedazos la línea defensiva británica y se
internaban en el campamento. De un vistazo rápido, descubrió que sus hombres ya
no se replegaban disparando a relevos, sino que huían presas del pánico.
Algunos intentaban plantar cara a los zulúes que se abalanzaban con sus
assegai[3]. El sargento, un hombre fornido, con una larga barba morena
antirreglamentaria, luchaba sólo contra tres guerreros enemigos, mientras otros
dos yacían inertes a sus pies. El capitán Wardell estaba tirado en el suelo,
con un assegai clavado en su pecho y el revólver Webley aún en su mano
izquierda, con el tambor vacio. Conmocionado por la impresión, no se fijó en el
guerrero que le apuntaba con un anticuado mosquete. El disparo mató a su
caballo en el acto y Nathan cayó rodando. Nada más levantarse, desenfundó el
revólver y disparó tres veces contra un zulú enorme que corría hacia él. Otro
disparo más acabó con un guerrero que intentaba recargar un Martini-Henry
arrancado de las manos inertes del cabo Williams. El quinto falló y antes de
que desenfundase el sable, un assegai silbó en el aire unos instantes y fue a
clavarse en su pierna. El oficial se desplomó. El dolor era horrible. Los
gritos de los zulúes inundaban sus oídos. Y ese Sol. Miró al Sol fijamente.
Ahora que lo veía, si que parecía el mismo de Sussex, que le había observado
jugando con sus hermanos. Y el mismo de la India, que había sido testigo de sus
paseos con Violet. El dolor iba desapareciendo. Los ruidos de la carnicería que
estaba teniendo lugar se fueron apagando. Y bajó la atenta mirada del Sol del
mediodía, el teniente Nathan E. Woodgate expiró.
Los últimos casacas rojas del 24 Regimiento agotan la munición en torno a la bandera. |
[1] Colina situada en la actual Sudáfrica, a 170km al norte de Durban. Es famosa por la derrota que sufrió un ejército británico a manos de los zulúes en 1879.
[2] Los zulúes, o pueblo del cielo, eran una tribu africana que creó un pequeño imperio a finales de 1800 al noreste de Sudáfrica. Entraron en guerra con los británicos en 1789 y fueron derrotados, anexionándose su territorio al Imperio Británico.
[3] Lanza corta utilizada por los zulúes.