"Afortunadamente, la guerra es algo terrible. De lo contrario, podría llegar a gustarnos demasiado."

Robert E. Lee, general de los Estados Confederados de América










viernes, 19 de agosto de 2011

Metauro: la última esperanza de Cartago

La Segunda Guerra Púnica fue un conflicto de tremendas proporciones que sacudió el mundo antiguo como nada lo había hecho desde las campañas de Alejandro Magno. El choque de las dos superpotencias mediterráneas, Roma y Cartago, fue el equivalente a la Segunda Guerra Mundial de la Edad Antigua. En dieciséis años de guerra surgieron y cayeron generales como Aníbal, Fabio o Escipión, que se convertirían en referentes para todas las generaciones de militares venideras. España, Italia y África vieron derramarse la sangre de cientos de miles de soldados romanos, cartagineses, griegos, iberos, galos, ligures y númidas, entre otros, que perecieron en batallas de la fama de Cannas, Zama, el asedio de Siracusa o la caída de Cartago Nova. Al final, como no podía ser de otra manera en conflagración semejante, el perdedor desapareció de la faz de la tierra y el vencedor se alzó como dueño indiscutible de los destinos de un tercio de la población mundial durante los siguientes seis siglos.
A lo largo de toda la guerra, la suerte cambió de bando varias veces y hubo muchos momentos decisivos para la historia. En concreto, el objetivo de estas líneas es destacar uno en concreto, el abril de 207 a. C., cuando se libró la batalla de Metauro. Esta suele quedar eclipsada por ocurrir entre dos hitos como son Cannas y Zama, pero su importancia no fue en absoluto menor.
El plan cartaginés
En el año 208 a. C., la Segunda Guerra Púnica llevaba ya diez años de lucha ininterrumpida. Aníbal había llevado la guerra a Italia, cruzando los Alpes y aplastando a los romanos en Trebia, Trasimeno y especialmente Cannas. Sin embargo, el genio cartaginés no supo ir más allá. Su falta de arrojo para atacar Roma, la resistencia del pueblo romano y la fidelidad de los aliados italianos redujeron el ejército de Aníbal a una banda de saqueadores errabundos. Entretanto, un joven patricio, Publio Cornelio Escipión, decidió devolver el golpe y atacar Hispania, la base de operaciones de Cartago. Era una empresa temeraria al mando de un muchacho desconocido, pero el Senado le dio un voto de confianza y Escipión no decepcionó. Según desembarcó, capturó Cartago Nova (nuestra Cartagena), capital de la Hispania púnica.
Los cartagineses veían como la victoria que tenían casi al alcance de la mano se alejaba a una velocidad inquietante. Aníbal, sumido en la inactividad, fue rodeado en el sur de Italia, cercado por un ejército consular[1]. El resto de las tropas cartaginesas estaban en el sur de Hispania, a las órdenes del hermano de Aníbal, Asdrúbal, y se enfrentaban al motivado ejército de Escipión. Los dirigentes de Cartago decidieron volver a arriesgar y dar un giro a la situación con una nueva invasión de Italia. El plan era que parte del ejército de Hispania cruzase los Alpes y entrase en la península itálica por el norte, dónde uniría fuerzas con Aníbal, en el sur. Era un plan que manifiesta la desesperación de los cartagineses. Para empezar, reducir las tropas en Hispania con Escipión campando a sus anchas por el Levante era muy peligroso. Además, cruzar los Alpes es más fácil de decir que de hacer. Y por último, el norte de Italia estaba repleto de ejércitos romanos.
Para llevar al éxito semejante plan Cartago designó a su mejor general después de Aníbal, Asdrúbal. Este no tenía nada que envidiar a su hermano como estratega, y compartía su arrojo y  su astucia. Asdrúbal tomó una parte importante del ejército de Hispania para cumplir su misión y dejó al resto al mando de su tocayo, Asdrúbal Giscón, con instrucciones de mantener las posesiones cartaginesas en la Bética (Andalucía). Para salir de Hispania, Asrdúbal tuvo que zafarse de Escipión, que enterado de las intenciones de los púnicos trató de detenerle. El romano alcanzó a Asdrúbal en Baecula (cerca de Bailén) y formó dispuesto a presentar batalla. Asdrúbal lo último que quería era arriesgarse a un enfrentamiento con Escipión. Incluso en caso de ganar, perdería tiempo y efectivos, quedando en muy mala situación para acometer su empresa. Lo que ocurrió en Baecula se presta a muchas interpretaciones. De hecho, incluso se discute si llegó a haber batalla. Lo que está claro es que Asdrúbal no planteó el combate con vistas a la victoria sino a la huida. Parece ser que el grueso de su ejército partió antes de iniciarse el combate y que las tropas de Escipión se enfrentaron solo a la infantería ligera, que quedó como distracción. Lo que es indiscutible es el resultado: Escipión derrotó a un contingente cartaginés y tomó su campamento, pero gran parte del ejército de Asdrúbal consiguió escapar. Cruzaron los pirineos por el País Vasco, zona libre de vigilancia romana. A su paso por la Galia, Asdrúbal reclutó 10.000 galos atraídos por su odio a Roma y el abundante oro cartaginés, así como ligures del sur de Francia y el noroeste de Italia.
Legionarios de la Segunda Guerra Púnica. Podemos ver a un hastatus o
princep (izquierda), un velite (centro) y un veterano triarius (derecha)

La marcha de Claudio Nerón
Así las cosas, el cartaginés cruzó los Alpes la primavera del 207, once años después que su hermano. A diferencia de este, salió bastante bien parado de la experiencia y se presentó en el norte de la península itálica con unos 30.000 hombres. El pánico invadió a los romanos. Como si no fuese suficiente con tener a Aníbal en el sur, ahora su hermano aparecía en el norte. Los dos generales brillantes, la posibilidad de que uniesen sus fuerzas podía poner fin a la guerra con una victoria total púnica. Un ejército del tamaño de aquel, comandado por los hermanos Barca sería capaz de destrozar a cualquier contingente romano que el Senado pudiese reunir. Además, parecía seguro que con la noticia de la llegada de Asdrúbal, Aníbal abandonaría su inactividad, encerrando a Roma entre dos ejércitos. La elección de los cónsules de ese año fue muy tensa, pues estaba claro que de la actuación de estos dependería el futuro de Roma. Pero lo cierto es que Roma estaba falta de líderes. Con Escipión en Hispania, pocos parecían capaces de afrontar la tarea de derrotar a los hermanos Barca. Finalmente, el desesperado Senado recurrió a Marco Livio como cónsul de la Plebe, un anciano general retirado del mando por supuestas irregularidades en el reparto del botín. Livio estaba resentido contra el Senado, pero al comprender la situación aceptó el puesto. Pero, aunque nadie lo sabía aún, la salvación de Roma dependería de la elección del cónsul patricio. El escogido fue Gayo Claudio Nerón, un noble veterano de las campañas contra Aníbal en Italia y contra Asdrúbal en Hispania. Nerón no había destacado como gran general, y contaba pocas glorias en su historial, pero era lo mejor que había. Roma se enfrentaba a los geniales hermanos Barca con dos generales desconocidos que además se odiaban entre sí. ¿Darían la talla Livio y Nerón?
El Senado designó a Livio para enfrentarse a Asdrúbal y a Nerón para contener a Aníbal, cada uno al mando de tres ejércitos. Livio corrió al norte y tomó el mando de los tres ejércitos de allí: uno encargado de evitar tentativas de rebelión por parte de los aliados etruscos, otro, bajo el mando del pretor Porcio, debía presionar a Asdrúbal y el tercero y más grande, dirigido por Livio en persona, aguardaba los movimientos del cartaginés. Por su parte, Nerón organizó a sus tres ejércitos, que sumaban 42.500 hombres, en dos fuerzas que bloqueasen las posibles vías por las que Aníbal podía intentar unirse a su hermano, la costa adriática y la vía Flaminia. El vencedor de Cannas, sin embargo, mantenía una buena posición en el sur de la península en la cual podía recibir provisiones y refuerzos por mar desde Cartago. Por ello, no quiso internarse en el centro de Italia, perdiendo su ruta de suministro, sin haber recibido antes un mensaje de su hermano.
Asdrúbal, entretanto, había sitiado sin éxito la ciudad de Placencia. Tras levantar el sitio, y siempre con Porcio detrás, avanzó hasta Fanum Fortunae, en la costa adriática, donde encontró esperándole a Livio. En tales circunstancias, Asdrúbal sabía que no tenía hombres suficientes para hacer frente a Livio y Porcio y luego seguir hacia el sur, así que se replegó y mandó seis jinetes a avisar a Aníbal, cuyo ejército si estaba en condiciones de atravesar Italia. La idea era que Asdrúbal cruzase los Apeninos y se reuniese con Aníbal en Umbría. Pero ninguno de los seis emisarios llegó a su destino. Aníbal había cambiado su posición sin que su hermano se enterase y los jinetes no le encontraron. Los romanos, en cambio, si les encontraron a ellos, y los seis fueron apresados por una partida de forrajeadores del ejército de Nerón.
Cuando Nerón recibió el mensaje, juzgó la situación de máxima importancia. Hizo entonces algo increíble, algo totalmente inesperado y nada propio de un general de segunda fila. En palabras de Tito Livio “prefería improvisar algo nuevo e inesperado; algo que en un principio causara tanta alarma entre los ciudadanos romanos como entre el enemigo, pero que, caso de ser realizado con éxito, convertiría dichos temores en general contento”[2]. Nerón decidió incumplir las órdenes del Senado, que le indicaban que debía permanecer en la región asignada y vigilar a Aníbal, y marchar en ayuda de Livio. Envió a Roma la carta de Asdrúbal junto con una suya explicando sus intenciones y sin esperar permiso seleccionó a 7.000 hombres de su ejército y partió hacia el norte, dejando al resto al mando de Quinto Casio para retener a Aníbal.
En Roma, el Senado montó en cólera. Nerón, desobedeciéndoles, había reducido el número de tropas que vigilaban a Aníbal y abandonado a su ejército. Ya podían ver a Aníbal campando a sus anchas por los alrededores de Roma mientras Nerón corría a suicidarse en una maniobra estúpida contra Asdrúbal. Por si no fuese poco, el cónsul tuvo el atrevimiento de, en su carta, dar instrucciones al Senado acerca de cómo distribuir a las tropas para prevenir un ataque por pate de Aníbal. Pero, aunque los senadores no lo creyesen, Nerón sabía muy bien lo que hacía. Livio no entablaría batalla con Asdrúbal a no ser que no tuviese otro remedio, y era muy urgente acabar con él antes de que Aníbal decidiese actuar, pues creía con acierto que Roma no podría enfrentarse a ambos a la vez. Nerón no ignoraba que al llevarse 7.000 hombres, debilitaba su bloqueo y Aníbal no tendría problemas en romperlo en cuanto recibiese la noticia. Pero la increíble idea del cónsul era derrotar a Asdrúbal y volver antes que Aníbal se enterase siquiera de que se había ido. Para ello, partió con la mayor discreción, y a fin de ganar tiempo mando jinetes por delante ordenando que a su camino las ciudades y pueblos depositasen víveres. Así, a marchas forzadas, Nerón y sus hombres cruzaron Italia mientras a su camino los italianos se agolpaban para llevarles víveres, acémilas y carros, para aclamarles y rezar a los dioses por el éxito del osado cónsul. Nerón no se detuvo ni un instante. Los legionarios dormían por turnos en los carros de manera que incluso de noche continuaba la marcha. Durante el trayecto, muchos voluntarios se unieron al ejército; jóvenes deseosos de combatir al invasor o veteranos licenciados con ganas de revancha. Mientras en Roma se tildaba a Nerón de traidor y loco, la costa adriática le aclamaba como un héroe en un estallido de ardor patriótico.
Nerón se reunió con Livio y Porcio, que debían de estar considerablemente sorprendidos, y les indicó que era vital que Asdrúbal no notase su llegada. Por ello, los generales romanos hicieron entrar a los refuerzos de noche y en silencio. Para que los exploradores cartagineses no notasen un aumento de la extensión del campamento, cada soldado y oficial de Nerón se alojó junto a uno de Livio. A la mañana siguiente, Livio convocó un consejo de guerra y sugirió esperar a que los hombres de Nerón descansasen para atacar. Pero Claudio Nerón se negó, recalcando que había que atacar antes de que Asdrúbal se diese cuenta de que estaba allí y Aníbal de que no estaba en el sur. Tal y como lo expuso, ninguno se atrevió a contradecirle y el ejército romano formó en línea de combate.
Al formar, tal y como era costumbre en las legiones, se dio un toque de trompeta por cada oficial jerárquico. Y aquí, todo el cuidado de los romanos en su ardid se malogró, pues la trompeta sonó tres veces, una Porcio, otra por Livio y una tercera vez. Los exploradores de Asdrúbal informaron a su general y el cartaginés, tras inspeccionar la línea romana y notar que parecía haber más hombres de lo calculado, dedujo que se enfrentaba a los dos cónsules. No sabía cuántos hombres había traído Nerón y asustado por las dudas esperó a la noche y ordenó la retirada, esperando burlar a los romanos y contactar con Aníbal por otro camino. Pero durante la noche, mientras atravesaba el valle del río Metauro, sus guías desertaron y se perdió. Al amanecer, se hallaba en una cañada abrupta del río, y los romanos le habían alcanzado.
La batalla de Metauro
Sin otra posibilidad, Asdrúbal formó a sus hombres lo mejor que pudo en el terreno tan irregular. Su ejército se dividía en tres grupos: los ligures, los galos y los hispanos. Estos últimos eran los únicos a la altura de las legiones, una verdadera élite de guerreros fieros y disciplinados. Los ligures eran tropas ligeras que encontrarían mucha dificultad en hacer frente a los legionarios y los galos eran poco más que una masa de salvajes indisciplinados sin ningún valor táctico y que encima se habían emborrachado durante la noche y apenas sabían dónde estaban. Con tan deficiente ejército, Asdrúbal hizo un despliegue maravilloso que trataba de suplir las carencias de sus hombres. Su flanco izquierdo se lo encargó a los galos. Puesto que sabía que de llegar al combate cerrado los legionarios les harían picadillo, los colocó sobre una escarpada colina, casi inexpugnable. En el centro, los ligures debían aguantar apoyados por varios elefantes y la clave residía en le flanco derecho: allí se situó el Barca en persona, al mando de los hispanos. Asdrúbal confiaba en que los galos y los ligures, reforzados por el terreno los unos y por elefantes los otros, aguantasen lo suficiente como para que el flanco derecho hispano envolviese a los romanos y obtuviese la victoria[3].
Los romanos, por su parte, desplegaron parejos a los contingentes púnicos. Nerón, en la derecha romana, frente a los galos; Porcio en el centro ante los ligures y justo a su izquierda, Livio se encaró a los hispanos de Asdrúbal. Cabe mencionar que los galos y los hombres de Nerón quedaban bastante separados del resto de sus respectivos ejércitos. 
La batalla comenzó al atacar los hispanos a las tropas de Livio, que respondieron con resolución. A la vez, los elefantes se lanzaron sobre la línea romana, abriendo brechas en las filas de Livio y Porcio. En unos instantes todo el centro y el flanco izquierdo romanos se halaban trabados en combate. Tomando la iniciativa, los legionarios avanzaron contra sus enemigos cruzando el Metauro. Los hispanos y los ligures les recibieron con nubes de proyectiles varios y feroces cargas. El griterío y la confusión aturdieron a los elefantes, que ya sin obedecer a sus conductores empezaron a arremeter contra romanos y púnicos por igual, desatando el caos en el centro de ambos ejércitos. Los legionarios lograron rechazarlos mediante el acoso de los velites, la infantería ligera romana, que los acribillaba con sus jabalinas. Viendo el peligro de que los animales acabasen aplastando a los ligures, los conductores tuvieron que matar a muchos de sus elefantes, mientras otros lograron alejarlos de la refriega. En cualquier caso, las bestias quedaron fuera de combate, pero la lucha distaba de estar decidida. Los ligures aguantaban y los hispanos estaban causando serios problemas a Livio. Asdrúbal, desde retaguardia, animaba a sus hombres a hacer un último esfuerzo y romper la línea romana.
Algo más lejos, Nerón perdía la paciencia. Sus hombres no eran capaces de superar el difícil terreno que le separaba de los galos, y estos, probablemente por orden de sus oficiales de enlace cartagineses, no movieron ni un dedo por entablar combate. Nerón podía oír los gritos, vítores,  y quejidos del combate que se libraba a su izquierda, mientras el se hundía en el fango tratando de forzar la lucha. Pronto se percató de que los galos no hacían sino distraerle del combate principal. Demostrando una vez más su valentía, arrojo y brillantez, concluyó que no pensaba perderse la batalla después de haber realizado la marcha más insólita y orquestado el ardid más ingenioso de la historia de la Republica. Dejando a parte de sus hombres frente a los galos, tomo algunas cohortes y se replegó hasta quedar oculto los ojos del enemigo. Entonces, recorrió toda la línea de combate romana para ir de su flanco al de Livio. Esta segunda marcha de Nerón fue mucho más corta pero igualmente sorprendente. El manual militar romano, que los cónsules y pretores seguían al pie de la letra, confiaba la victoria en la fuerza de la  embestida de las centurias y en la superior disciplina de los legionarios, sin arriesgar en elaboradas maniobras. Nerón había demostrado de nuevo ser un general de lo más heterodoxo, uno de los grandes.
Tomado de "Batallas Decisivas: Tomo I" de J.F.C. Fuller RBA
Asdrúbal debió frotarse los ojos con incredulidad cuando el cónsul patricio apareció por su derecha, le desbordó y atacó su retaguardia. ¿De dónde salían esos romanos? La sorpresa fue tan grande que los excelentes infantes hispanos apenas pudieron reaccionar. Los hombres de Nerón cargaron con furia, salidos aparentemente del mismo infierno. Observando la maniobra de Nerón, de seguro tan atónitos como Asdrúbal, Porcio y Livio ordenaron a sus hombres avanzar en apoyo de sus camaradas. Los hispanos desparecieron bajo las espadas y los escudos de las centurias de los tres generales romanos, y los pocos supervivientes fueron empujados hasta la posición de los ligures, que tampoco pudieron resistir la acometida romana. Por entonces, Asdrúbal ya no vivía. En cuanto comprendió la maniobra de Nerón supo que había perdido la batalla. Como Barca que era, no podía permitir que Nerón y Livio le paseasen por Roma atado tras el carro triunfal. Asdrúbal, uno de los mejores generales de la antigüedad, desenfundó su espada y se arrojo sorbe las filas de legionarios, que dieron buena cuenta de él. Los últimos restos del ejército púnico huían sin orden alguno. Los galos, ignorantes de la catástrofe hasta muy tarde, tuvieron que luchar, siendo literalmente barridos por los romanos.
Después de Metauro
10.000 púnicos y aliados cayeron ese día en la cañada del río Metauro. 2.000 romanos dejaron también sus vidas para salvar la de Roma. De un plumazo, la amenaza del norte había dejado de existir. Porcio y Livio, este último de mala gana seguramente, felicitaron a Nerón. El arquitecto de la victoria, sin embargo, no se demoró ni unas horas. Apenas hubo terminado la batalla partió de vuelta a su campamento en el sur de Italia, batiendo su propio record de la ida. Nerón entró en su campamento seis días después de haberse ido. Aníbal ni siquiera se había enterado de su partida. El victorioso cónsul trajo de Metauro un regalo para el cartaginés: un jinete romano arrojó al campamento de Aníbal una bolsa que contenía la cabeza de su hermano. Dicen que al verla, Aníbal se convenció de la imposibilidad de derrotar a Roma.
En cuanto a nuestros protagonistas, Livio, Porcio y Nerón siguieron siendo personajes influyentes en la política romana hasta su muerte, pero ninguno volvió a destacar en el campo de batalla, ni siquiera Nerón, cuya brillantez queda fuera de dudas. Los dos cónsules gozaron de un Triunfo en Roma por su victoria, el primero concedido el la Segunda Guerra Púnica, y, a pesar de su enemistad, tuvieron que compartir mandatos varias veces, coincidiendo el uno con el otro  a lo largo de sus carreras.
 Metauro fue el mazazo que terminó con las esperanzas de los cartagineses. En efecto, no solo había muerto Asdrúbal y desaparecido su ejército. Mientras estos hechos tenían lugar, en Hispania el joven Escipión había vencido a Asdrúbal Giscón en Ilipa, expulsando a los cartagineses de la península ibérica. Precisamente Escipión invadiría África en el 205, llevando la guerra a las puertas de Cartago como Aníbal había hecho con Roma. El final es bien sabido: Aníbal volvió a defender su patria y el mejor púnico se enfrentó al mejor romano en la llanura de Zama. Era el año 202 a.C. y ni el mismo Aníbal pudo vencer al destino. La derrota de Zama no fue un hecho aislado, sino el resultado de una serie de errores y desastres cartagineses cuyo punto de inflexión fue la batalla de Metauro



[1] En la Roma republicana se reclutaba un ejército para cada cónsul. Había dos cónsules que ostentaban la máxima autoridad política y militar por un año, uno patricio y otro plebeyo.
[2] Livio XXVII 43 (citado del libro de J.F.C Fuller “Batallas Decisivas Tomo I” Editorial RBA 2005)
[3] El desplegar a la élite en un flanco (el derecho, en general) para desbordar por él al enemigo es una táctica helenística de origen beocio, muy popular entre los macedonios. Ejemplos de ella los vemos en Leuctra (371 a.C.) o Gaugamela (331 a.C.).