Los periódicos abrieron ayer con
la noticia de que unos activistas marroquíes habían ocupado el Peñón de Vélez
de la Gomera. A las 7:15, siete miembros del llamado Comité para la Liberación
de Ceuta y Melilla se acercaron a la frontera entre el reino de Mohammed VI y
este enclave español en la costa africana y cuatro de ellos se internaron el
peñón exhibiendo banderas de Marruecos para que sus compañeros les
fotografiasen. El acto reivindicativo terminó cuando quince soldados del Grupo
de Regulares 52 de Melilla, que guarnecen el peñón, salieron del cuartel y
detuvieron a los cuatro invasores mientras los demás se daban a la fuga. Por
ahora, las versiones del incidente difieren: según el citado Comité, los
regulares detuvieron y esposaron a los activistas, que permanecen en suelo
español; pero el Ministerio de Defensa afirma que los militares únicamente
amonestaron ligeramente a los marroquíes, sin emplear en ningún momento la
fuerza.
Consideraciones aparte acerca del
penoso papel representado por ambas partes, la fecha elegida por el Comité de
Libración de Ceuta y Melilla para esta gansada, el 29 de agosto, es
especialmente conveniente. Hace 448 años, el 29 de agosto de 1564, zarpaba de
Málaga una flota cristiana a las órdenes del Marqués de Villafranca que tomaría
dos días después el Peñón de Vélez de la Gomera para el rey Felipe II.
Desde entonces, este pequeño islote ha sido territorio español, aunque
probablemente la mayoría de los españoles no lo supiesen hasta ayer. Por eso, a
raíz de lo acontecido la mañana del pasado miércoles, no parece fuera de lugar
hacer memoria y remontarnos a los días gloriosos de la Monarquía Hispánica para
descubrir la relación de España con este trozo de tierra de apenas 350 metros
de ancho y 100 de largo a menos de un kilómetro de la costa marroquí.
Pedro Navarro y la conquista de Vélez de la Gomera
A principios del siglo XVI, la
costa de Berbería era el paraíso de los piratas. Su accidentada costa estaba
repleta de puertos, fortalezas y calas desde las cuales salían las veloces
galeras de los piratas berberiscos en busca de botín y esclavos cristianos.
España, por su cercanía con la costa, siempre había sufrido estas razzias y estaba especialmente
comprometida en la lucha contra esta plaga para la navegación en el
Mediterráneo. En 1508, una flota inusualmente grande de galeras berberiscas
asoló las costas de Sevilla. Fernando el Católico decidió que era imperioso
evitar que los piratas saliesen con bien de aquella audacia y ordenó a Pedro
Navarro perseguirles y cobrarse justa venganza en nombre de España. El
comandante elegido no era un cualquiera; veterano de las campañas del Gran
Capitán y un auténtico genio de la naciente ingeniería militar, Pedro Navarro
ya había sido azote de los berberiscos en su juventud y su reputación militar
era conocida de Lisboa a Estambul.
Navarro limpió la costa andaluza
de los navíos más rezagados de la flota berberisca y después persiguió a los
restantes hacia África, dando alcance a unos pocos por el camino. Los demás se
refugiaron en el puerto de Vélez, una de las bases más importantes de los
piratas. Estaba defendido por el Peñón de Vélez de la Gomera, sobre el cual
unas fortificaciones cerraban el puerto. El 23 de julio la escuadra española se
apostó frente al Peñón y los defensores huyeron, dejando desprotegida la
fortaleza. Así, sin oposición, Pedro Navarro tomó posesión de él y lo reclamó
para España.
Los moros trataron de recuperarlo
en repetidas ocasiones y con repetidos fracasos, hasta que el 22 de diciembre
de 1522 una mujer introdujo a algunos moros de Fez en la fortaleza. Asesinado
el alcaide Villalobos, comandante de la plaza, los defensores no pudieron
evitar su captura y el Peñón volvió a convertirse en puerto pirata. Poco después
llegó a él Barbarroja, el célebre corsario berberisco al servicio del sultán de
Estambul, y se hizo dueño del enclave. En 1525 se trató de recuperar para
España el Peñón con una expedición a las órdenes del marques de Mondejar, pero
fracasó y el islote quedó en manos musulmanas.
La Guerra del Turco
Los piratas de Berbería habían
sido siempre un problema para España, pero se convirtieron en una verdadera
amenaza cuando con el poderío creciente del Imperio Otomano cayeron en el área
de influencia turca. Carlos V primero y su hijo Felipe II después entendieron
como un deber moral y una misión divina que España liderase al cristianismo en
su lucha contra el Islam y esta visión les llevó a la confrontación directa con
el vasto Imperio Otomano. Los dos imperios tenían una situación similar: eran
reinos en su apogeo, guiados por la profunda fe en su religión y con una
diplomacia que movía los hilos de los mundos cristiano y musulmán. Además, poseían
las dos mayores flotas del mundo. El choque era inevitable. Así, el
Mediterráneo fue campo de batalla de lo que en España se llamó “La Guerra del
Turco” y que se prolongaría durante dos siglos.
La galera fue la protagonista de la guerra en el Mediterráneo desde la Edad Antigua hasta mediados del siglo XVIII y tanto turcos como españoles e italianos fueron maestros en su uso. |
A mediados del siglo XVI, los
turcos, con el apoyo indispensable de las fortalezas berberiscas, habían
alcanzado una posición de claro predominio sobre los españoles y sus aliados.
Una serie de capitanes piratas de enorme genio como Barbarroja o Dragut habían
diezmado a las flotas de la Cristiandad y tomado sus bastiones, además de
sembrar en el terror en las poblaciones costeras. El apoyo de Francia no debe
ser olvidado, pues Francisco I, todavía humillado por su derrota en Pavía,
estaba dispuesto a avituallar a las naves corsarias y dotarlas de la más moderna
artillería europea para que debilitasen a los odiados españoles. Y es que
mientras España trataba de hacer causa común con los estados cristianos contra
el Islam, los franceses ofrecían Tolón como puerto a las expediciones que
llevaban la muerte y la esclavitud a miles de cristianos. No en vano la razón
de estado es un invento galo.
En 1560 el intento de Felipe II,
casi recién coronado rey de España, por tomar la delantera conquistando Trípoli
terminó en el llamado Desastre de Dyerba o Los Gelves. El corsario Dragut y el
almirante otomano Piali Pachá destruyeron la flota del Duque de Medinaceli y
Juan Andrea Doria. Diez mil hombres perecieron, entre ellos dos mil
infantes españoles al mando de Álvaro de Sande que fueron ejecutados tras tres
meses cercados y con cuyas cabezas los turcos levantaron una pirámide que
resistió hasta 1848.
Felipe II no se dejó amedrentar
por su catastrófico bautismo de fuego contra los turcos y decidió que para
vencer al Turco primero tenía que conseguir dominar por completo el mar. Este
proyecto llevó a la construcción de una enorme flota y la forja de alianzas con
el Papado, los estados italianos y los incansables caballeros de Malta u
Hospitalarios. Aquel elaborado plan iría poco a poco dando sus frutos hasta su
éxito absoluto en la batalla de Lepanto. Felipe II tuvo muy pronto la ocasión
de aplicar su nueva estrategia, pues envalentonados por la victoria en Los
Gelves, los piratas argelinos sitiaron Orán, la mayor plaza española en África.
La respuesta imperial no se hizo esperar y Don Álvaro de Bazán, el mejor
almirante de España, acudió en socorro de la ciudad con una gran flota de naves
españolas, genovesas y de los caballeros hospitalarios. El gobernador de Orán,
el conde de Alcaudete, había dirigido con maestría la defensa y los argelinos
desistieron ante aquel despliegue de habilidad, valor y medios.
La victoria en Orán demostró que
la armada de España y sus aliados tenía poder para actuar con rapidez y
eficacia y restableció la maltrecha moral cristiana.
La expedición a Vélez de la Gomera
Nada más levantar el sitio de
Orán, Sancho de Leyva, veterano de Los Gelves que había sobrevivido al
cautiverio en Estambul, trató de reconquistar el Peñón de Vélez de la Gomera
con parte de la flota de Don Álvaro de Bazán. El intento no se llevó a cabo de
forma organizada y Leyva desistió finalmente, pero Felipe II sabía que era un
punto estratégico importante y estaba decido a reconquistarlo, pues era el
puerto del que salían la mayor parte de los ataques a Andalucía y Levante.
El Rey Católico preparó la
operación con la minuciosidad que le caracterizaba. Durante todo el invierno y
la primavera de 1564 se estuvo reuniendo la flota y las tropas que embarcarían
en ella. Se nombró Capitán General del Mar y comandante de la expedición a
García Álvarez de Toledo y Osorio, marqués de Villafranca, emparentado con el
duque de Alba y con amplia experiencia en la guerra naval contra los
berberiscos. En Palamós se unió el renombrado Álvaro de Bazán y ya en Málaga se
congregó toda la flota. Los mandos de la misma no podían ser más ilustres. A
las órdenes de Álvarez de Toledo, con quince galeras, estaban Álvaro de Bazán,
con siete, Sancho de Leyva, con trece, Juan Andrea Doria, con doce, y Marco
Antonio Colonna, con siete, más diez de la escuadra española de Sicilia. El
Papa Paulo IV llamó a apoyar la lucha contra los infieles, por lo que Portugal
se sumó con ocho galeras al mando del almirante y explorador Francisco Barreto,
Saboya y Florencia aportaron trece naves dirigidas por conde Sofrasco y Jacobo
Dapiano, respectivamente, y los
caballeros de Malta se sumaron también a la empresa. El contingente de
infantería contabilizaba seis mil españoles, dos mil alemanes y mil doscientos
italianos, además de un tren de artillería embarcado en las naves de Álvaro de
Bazán.
La flota llegó al islote la noche
del treinta y uno de agosto, por lo que se aplazó el ataque hasta el día
siguiente. Entretanto, el comandante del Peñón, un famoso corsario de nombre
Kara Mustafa, envió un emisario a su señor, el rey de Fez, pidiendo que le
socorriese. Kara Mustafa había tomado las fortificaciones de Vélez de la Gomera
y las había reforzado, haciendo los muras más altos y gruesos y ampliando la
extensión del recinto amurallado. Las reformas de Mustafa habían hecho del
Peñón una fortaleza imponente, hasta el punto de que se consideraba tanto entre
los mandos cristianos como musulmanes una plaza inexpugnable.
El Peñón de Vélez de la Gomera. La lengua de tierra que lo une al continente no existía en 1564, por lo que era una isla. |
Alvaro de Bazán reconoció el
terreno en busca del lugar idóneo para el desembarco del contingente y tras
informar de sus observaciones a Álvarez de Toledo, el Marques de Villafranca
eligió un lugar conocido como Castillo de Alcalá, en la costa del continente. Las
tropas desembarcaron con la mayor celeridad y acometieron contra las
fortificaciones moras. El asalto fue dirigido por el italiano Chiappino Vitelli
y el español Juan de Villaroel. Las primeras defensas cayeron rápidamente, pero
mientras el ejército cristiano trataba de consolidar la posición los moros les hostigaron
en pequeñas bandas. Los jinetes de Villaroel tuvieron que cargar para dispersar
al enemigo y asegurar el terreno.
Mientras se asentaba el ejército,
una fuerza a las órdenes de Sancho Leyva se destacó para penetrar más en el
campo enemigo y acercarse al Peñón. En vanguardia iba lo mejor de la
Cristiandad: los caballeros de Malta y los veteranos del Tercio de Nápoles, a
las órdenes de Luis de Osorio. En apoyo de esta fuerza de élite, Bazán
desembarcó cuatrocientos arcabuceros para dar fuego de cobertura al avance de
los tercios y los hospitalarios. Ante tan formidable contingente, los
berberiscos optaron por replegarse a la fortaleza, por lo que los cristianos
pudieron bajar a tierra la artillería, lo cual se tuvo que hacer llevando las
piezas en andas por la irregularidad del terreno.
Mientras se levantaba el
campamento, los mandos cristianos decidieron emplazar los cañones en las
crestas del Cantil, desde donde podían hacer blanco sobre todo el Peñón.
Además, otra betería se colocó cerca de un molino en las crestas del Baba, para
hacer fuego desde dos sitios distintos. El Marqués de Villafranca y su estado
mayor inspeccionaron la fortaleza: las altas murallas y torres se alzaban sobre
la escarpada roca, que constituía una línea defensiva impresionante, y las
aguas del Mediterráneo la aislaban, como si de un enorme foso se tratase. La
posición era imposible de asaltar, pero los cristianos no tenían más que hacer
entrar en liza a su muy superior artillería. Las piezas de la flota y los
grandes cañones de sitio de las crestas barrieron el islote con excepcional
puntería, demostrando que las defensas reforzadas por Kara Mustafa no podían
nada frente al fuego artillero.
El líder corsario, al ver el
tamaño de la armada cristiana y sus preparativos para el asedio, salió de la
fortaleza con algunas naves antes de que se completase el bloqueo con la
intención, o al menos así lo explico a sus hombres, de reunir refuerzos. Dejó
al mando del baluarte a un renegado español que le hacía las veces de mano
derecha, de nombre Ferret, junto a una guarnición de doscientos soldados
turcos. Estos trataron en varias salidas de obstaculizar las labores de asedio
y tomar alguna de las baterías, pero ya los españoles del Tercio, ya las tropas
alemanas, impedían que estos ataques obtuviesen resultados.
La reconquista del Peñón
Finalmente, Ferret decidió
abandonar la fortaleza, que estaba siendo gradualmente despedaza por la
artillería. La noche del 5 de septiembre, tras el efímero asedio, los
defensores aprovecharon la oscuridad para burlar el bloqueo y darse a la fuga.
Al mismo tiempo, un moro de la fortaleza acudió al campo cristiano y se
entrevistó con Juan Andrea Doria, al que reveló que la guarnición había
abandonado la fortaleza. El almirante italiano decidió comprobar la veracidad
de aquella afirmación y audazmente escogió una docena de hombres de confianza y
se acercó, al amparo de la noche, hasta el portón principal. Allí se encontró
con un oficial turco que ofreció la rendición del Peñón a cambio de que se
respetase su vida y la de los veintisiete hombres a su cargo, que se habían
quedado para cubrir la huida de sus compañeros.
Al día siguiente, las tropas
cristianas entraban en la fortaleza y el Marqués de Villafranca reclamaba la
plaza de nuevo en nombre de España. La expedición se dio por terminada y la
flota se preparó para zarpar de vuelta a España, pero sus vicisitudes no habían
terminado. Estando las tropas cargando las naves para el regreso y ultimando
los detalles para partir, se presentó el ejército del rey de Fez, que llegaba
con algo de retraso a socorrer la fortaleza. Los moros se sorprendieron de
encontrar el bastión en manos españolas, pero decidieron tratar de recuperarlo
aprovechando la sorpresa. En un combate repentino, el Marqués de Villafranca
tuvo que desplegar a parte de sus tropas como pantalla para cubrir el embarco
de la artillería y el resto del contingente expedicionario. El ejército de Fez
desistió de su intentó en cuanto comprobó que las líneas cristianas no se desbarataban
y optó por la retirada.
El capitán Diego Pérez Arnalte
quedó encargado de la fortaleza, con una guarnición de trescientos infantes y
cuatrocientos artilleros. Álvaro de Bazán permaneció patrullando las cercanías
del Peñón con sus naves hasta el otoño, mientras el resto de la flota atracaba
en Málaga, donde su éxito fue recompensado con las ovaciones y vítores de la
población. El Marqués de Villafranca recibió además una gratificación algo más
tangible al ser nombrado por Felipe II Virrey de Sicilia.
Don Álvaro de Bazán, Marqués de Santa Cruz, uno de los más insignes almirantes de nuestra historia. Hombre de confianza de Felipe II, murió invictó tras una vida entera al servicio de la patria. |
Los españoles y sus aliados recibieron el
triunfo con enorme alegría, pues necesitaban un refuerzo moral tras la racha de
victorias musulmanas. Los piratas berberiscos resultaron perjudicados por la
perdida de una de sus mayores bases, pero en Estambul la victoria cristiana
apenas se mencionó. El Sultán Solimán el Magnífico estaba ocupado en proyectos
de mayor envergadura y no le dio importancia. No quiso darse cuenta de que
Felipe II había conseguido dar un impulso a los maltrechos cristianos y
alentarles a seguir enfrentándose al Turco. Solimán en persona lo comprobaría
al año siguiente, cuando movilizó una gigantesca flota para sitiar Malta, la
sede de los caballeros hospitalarios. Los hermanos de la Orden ofrecieron una
resistencia heroica al ejército otomano y la empresa acabó en desastre para los
musulmanes cuando Bazán y el Marques de Villafranca pasaron de nuevo a primera
línea y acudieron con los Tercios en socorro de la isla. Los turcos quedaron
desprestigiados y las armas cristianas recuperaron la iniciativa en una guerra
que todavía se prolongaría varias décadas.
Algunas consideraciones finales
Abandonando con tristeza esta
época de gestas y gloria hemos de volver a la presente situación. Desde su
reconquista en 1564, Vélez de la Gomera ha sufrido nuevos ataques de los moros
casi de forma continua, pero la bandera de España, si bien cambiando con los
siglos, ha permanecido inamovible en lo alto de los riscos del islote. Las
reivindicaciones de Marruecos sobre este territorio, así como sobre Ceuta,
Melilla y demás enclaves españoles en la costa africana, carecen de cualquier
sostén histórico. Los activistas del Comité para la Liberación de Ceuta y
Melilla deberían recordar, ya que recuerdan la fecha en que partió la
expedición del Marqués de Villafranca, que por aquel entonces Marruecos no
existía ni como nación ni como idea. Su territorio era una vasta extensión de
montes, costas y desiertos sin más dueño que los caudillos bereberes de las
cabilas que los habitaban y los reyezuelos de efímeros estados al servicio de
Estambul. Y las plazas que reclaman eran nidos de piratas esclavistas hasta que
fueron limpiadas por las flotas de la Monarquía Hispánica.
El Peñón de Vélez de la Gomera es
un vestigio de nuestro pasado imperial, un recuerdo del tiempo en que España
lideró a la Cristiandad en su lucha a muerte con el Islam. Los tiempos han
cambiado, por supuesto. España ya no lidera a nadie en nada más que en paro y
fracaso escolar y la corrección política europeísta no ve con buenos ojos los
exabruptos de orgullo patrio, pero estas rocas que se alzan frente a la costa
del continente africano nos evocan episodios de nuestra Historia que no merecen
caer en el olvido. Y aunque solo sea por eso, el Gobierno debería defender
nuestra soberanía sobre ellas con todas sus fuerzas.