"Afortunadamente, la guerra es algo terrible. De lo contrario, podría llegar a gustarnos demasiado."

Robert E. Lee, general de los Estados Confederados de América










jueves, 17 de mayo de 2012

Brásidas, el genio olvidado (V)

En el invierno del 424 al 423 a.C., el del octavo año de guerra, Brásidas había asegurado su posición en el norte por completo, a pesar de las tensas relaciones con Perdicas. Los calcideos y varios pueblos tracios se pusieron a su disposición, aportándole valiosa información sobre la región, la distribución de las guarniciones atenienses y la situación política de cada ciudad. Hasta tal punto se sintió seguro que optó por intentar conquistar Anfípolis, la colonia más importante de Atenas en toda la costa norte del Egeo.

Brásidas preparó meticulosamente la operación valiéndose de las disputas territoriales y de la influencia de sus aliados. Los agentes de Perdicas contactaron con ciudadanos de Anfípolis relacionados con la corte macedonia para preparar una facción anti ateniense y los calcideos hicieron lo mismo. Además, en la ciudad habitaban algunas personas originarias de la vecina ciudad de Argilo, que desde siempre se había mostrado hostil hacia la dominación ateniense, las cuales se ofrecieron gustosas a colaborar con Brásidas. Así, el espartano pronto contó con una quinta columna en la misma Anfípolis que podía tratar de convencer a sus vecinos de hacer defección de Atenas o, en caso de no conseguirlo, abrir las puertas para facilitar la captura de la ciudad.

Brásidas partió de la localidad de Arnas, en la Calcídica, con sus lacedemonios y varios aliados tracios, llegando al anochecer a las poblaciones de Aulón y Bromisco, donde el contingente cenó. En plena noche se dirigieron hacia Argilo, a unos escasos tres kilómetros de Anfípolis. El invierno en el norte de Grecia es duro y aquella noche, según Tucídides, hacía mal tiempo y neviscaba, por lo que Brásidas se apresuró, tratando de pasar inadvertido ante la guarnición de la ciudad. En Argilo, los habitantes le indicaron que el lugar más adecuado para el ataque era el puente que pasaba sobre el río Estrimón, único acceso practicable a Anfípolis. El puente estaba alejado de las murallas y estaba escasamente guarnecido. Con la oscuridad como aliada, los lacedemonios surgieron de improviso de la ventisca y cayeron por sorpresa sobre los guardias, a los que despacharon sin problemas. Todo se había llevado en el más absoluto secreto y Brásidas pudo desplegar a sus hombres por todo el territorio sin hallar resistencia, capturando a muchos anfipolitas que no tuvieron tiempo de refugiarse tras las murallas. En la ciudad cundió el pánico y enseguida se sospechó de una conjura, provocando el caos.
Rara vez imaginamos a los hoplitas en un paisaje nevado, pero a menudo las guerras forzaron
a combatir en el duro invierno del norte de Grecia. Tracia siempre fue especialmente coidiciada
por Atenas, cuyas colonias en la región se enfrentaron varias veces con los belicosos nativos.

Brásidas no atacó de inmediato, pues esperaba que sus partidarios se hiciesen con el control y la ciudad se pasase a su bando pacíficamente. El espartano desconocía la situación de anarquía que reinaba en el interior, haciendo imposible actuar a la facción anti ateniense, y esperó con calma. Entretanto, el general ateniense al mando de la guarnición en Anfípolis, Eucles, se puso de acuerdo con los ciudadanos fieles a Atenas y mientras evitaban que los partidarios de Brásidas pudiesen tratar de abrir las puertas, enviaron un mensajero en busca del otro general ateniense -normalmente actuaban en parejas-, que se trataba del mismísimo Tucídides, hijo de Oloro, al cual debemos casi todos los datos sobre esta guerra gracias a su Historia de la Guerra del Peloponeso. Tucídides se hallaba en la isla de Tasos, a medio día de Anfípolis, con siete naves y en cuanto llegó el mensajero se dirigió a la ciudad, aunque, según el mismo nos comenta, no creía poder llegar a tiempo.

Entretanto, Brásidas debía haber deducido que sus partidarios habían fracasado y pronto se enteró de que Tucídides se acercaba con siete naves. El espartano temía que la llegada de los refuerzos animase a los anfipolitas a resistir y se viese obligado a un costoso asedio. Tucídides, un miembro del aristocrático clan de los Filaidas, gozaba de mucha importancia en Tracia, algunos opinan que incluso podía tener lazos familiares, y poseía la concesión para explotar las minas de oro de la región, lo que le aseguraba influencia sobre los notables tracios. Por todo esto, Brásidas temía que de llegar él a Anfípolis la resistencia fuese más enconada e incluso que pudiesen llegar refuerzos de otros lugares de Tracia. Desando capturar la ciudad de forma limpia y rápida y sabiendo que dentro la población era una mezcla de muchos pueblos más preocupados por su bienestar inmediato que por la gloria del Imperio Ateniense, Brásidas recurrió a una de sus características más exitosas e impropias de los lacedemonios: la generosidad. Anunció a los sitiados que no habría represalias si se rendían, que tanto anfipolitas como atenienses residentes en la ciudad mantendrían sus propiedades y derechos sin que fuesen violados por los lacedemonios y que aquellos que no quisiesen quedarse tendrían libertad para salir de la ciudad hacia donde quisieran sin que nadie los molestase.

En la Antigüedad, la guerra de asedio era cruel y brutal y las ciudades que caían sabían que no podían esperar clemencia por parte del atacante. Por ello, siempre era tentador alcanzar una solución negociada, y pocas veces se presentaban condiciones tan magnánimas como las de Brásidas. Además, muchos anfipolitas tenían familiares presos de los lacedemonios. Los partidarios del espartano, viendo a la población dubitativa, se posicionaron sin reservas a favor de rendir la ciudad e incitaron al pueblo a abrir las puertas a Brásidas, cuya fama de justo y generoso había pasado de Acanto y Estagiro a todo el norte de Grecia. Eucles, el general ateniense presente, trató de impedir la defección pero se vio pronto sin apoyos y finalmente desistió y aceptó las condiciones. Así, al atardecer, Brásidas entró en Anfípolis  y, cumpliendo su palabra, dejó salir a la guarnición ateniense de Eucles junto a todo aquel que quisiese acompañarles. Casi a la vez, Tucídides llegó con sus naves y, viendo la ciudad en manos el espartano, desembarcó en Eón, un pequeño puerto cercano, y lo fortificó para evitar que cayese también. Allí recibió a los atenienses que habían salido de Anfípolis. Al día siguiente Brásidas se presentó ante Eón y atacó por tierra y mar simultáneamente, pero fracasó y se retiró de nuevo a Anfípolis, donde fijo su cuartel temporalmente. Al poco llegó Perdicas, muy satisfecho por el éxito y probablemente pensando en como sacar provecho de la debilidad ateniense, y prestó ayuda a Brásidas en la organización de la recién capturada ciudad. En los días sucesivos, las poblaciones de Mircino, Galepso y Esima enviaron emisarios para comunicar que abandonaban a Atenas y se ponían bajo la protección de Brásidas.

La fama del general espartano se extendía de ciudad en ciudad mientras llegaban a todas partes las noticias de sus éxitos, de como derrotaba con facilidad a los poderosos atenienses y de la generosidad con la que trataba a las poblaciones que capturaba. Las colonias de Atenas estaban hartas de la prepotencia de la metrópoli y su despiadada explotación de los recursos y Brásidas, consciente de ello, se presentó ante todos como un libertador que, en nombre de la poderosa y benévola Esparta, venía a acabar con la tiranía ateniense y devolver su libertad a quien se lo pidiese. Los atenienses había sido sucesivamente derrotados por él y ese mismo invierno una gran operación para invadir Beocia terminó en desastre para Atenas al ser derrotado y muerto el general Hipócrates en Delio; Atenas se debilitaba. Muchas colonias empezaron a tratar en secreto la defección, y algunas enviaron mensajeros para contactar con el espartano, que aceptaba todas las peticiones por difíciles que se presentasen: nada era imposible para Brásidas el de Télide, o eso hacía pensar el general.

En Atenas las noticias de las defecciones llegaron una tras otra, y tras cada una se hallaba Brásidas. Su nombre era ya sinónimo de catástrofe para los atenienses y la irritable Asamblea empezó a clamar con histeria ante el tambaleo de todo el norte del Imperio. La primera medida adoptada fue buscar un responsable sobre el cual descargar todas las iras. Así, como fueron Anaxágoras o Sócrates en su momento, Tucídides se convirtió en el culpable oficial del mal rumbo de la guerra. Se le acusó de incompetencia en la defensa de Anfípolis y fue desterrado por veinte años. Lo que los enfurecidos atenienses no podían imaginar es el favor que hicieron a las generaciones de los siglos venideros, pues el general caído en desgracia empeñó ese tiempo en componer su grandiosa Historia de la Guerra del Peloponeso. Podríamos decir, por lo tanto que en cierto modo Brásidas colaboró inconscientemente en la redacción de esta obra con su victoria sobre Tucídides.  

Una vez aplacados con el destierro de Tucídides, los atenienses, a pesar de las dificultades del invierno, distribuyeron guarniciones por todas las ciudades de Tracia en un intento de asegurar la lealtad de las colonias. Brásidas, entretanto, empezó a armar naves en Anfípolis y  pidió a refuerzos a Esparta para continuar con su proyecto de expulsar a los atenienses del norte del Egeo y cortar el suministro de trigo del Mar Negro, pero los espartanos ya no tenían interés en la campaña de Tracia. Tras el desastre de Pilos, el gobierno de Esparta solo quería recuperar a los 420 spartiatai prisioneros de los atenienses y terminar la guerra. Esta incomprensible política hay que explicarla en base a la sociedad espartana. La élite dirigente spartiata era muy débil demográficamente y sobre ella pendía la Espada de Damocles de una rebelión de la clase trabajadora, los ilotas. Por ello, cada guerra que mantenía Lacedemonia era doble: por un lado se enfrentaba a un enemigo exterior y por el otro tenía que mantener vigilado el frente interior. La pérdida de 420 varones en edad hábil era un horror para la escasa clase spartiata y la guerra, un esfuerzo titánico que podía significar en cualquier momento el fin de Lacedemonia. Por ello, los dirigentes de Esparta creían que Atenas estaba suficientemente débil como para forzarla a una paz con condiciones ventajosas para los lacedemonios que pusiese fin a la costosa guerra y conllevase la devolución de los prisioneros.

En estas circunstancias, Brásidas y su campaña no interesaban. Habían cumplido el propósito de asustar a los atenienses para que se aviniesen a firmar un armisticio y ya no eran necesarios. Por lo tanto, mientras, los emisarios de ambas ciudades empezaban a esbozar un acuerdo, Brásidas y sus hombres quedaron en territorio enemigo y abandonados por Esparta.

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