En el invierno del 424 al 423
a.C., el del octavo año de guerra, Brásidas había asegurado su posición en el
norte por completo, a pesar de las tensas relaciones con Perdicas. Los calcideos
y varios pueblos tracios se pusieron a su disposición, aportándole valiosa
información sobre la región, la distribución de las guarniciones atenienses y
la situación política de cada ciudad. Hasta tal punto se sintió seguro que optó
por intentar conquistar Anfípolis, la colonia más importante de Atenas en toda
la costa norte del Egeo.
Brásidas preparó meticulosamente
la operación valiéndose de las disputas territoriales y de la influencia de sus
aliados. Los agentes de Perdicas contactaron con ciudadanos de Anfípolis
relacionados con la corte macedonia para preparar una facción anti ateniense y
los calcideos hicieron lo mismo. Además, en la ciudad habitaban algunas
personas originarias de la vecina ciudad de Argilo, que desde siempre se había
mostrado hostil hacia la dominación ateniense, las cuales se ofrecieron
gustosas a colaborar con Brásidas. Así, el espartano pronto contó con una
quinta columna en la misma Anfípolis que podía tratar de convencer a sus
vecinos de hacer defección de Atenas o, en caso de no conseguirlo, abrir las
puertas para facilitar la captura de la ciudad.
Brásidas partió de la localidad
de Arnas, en la Calcídica, con sus lacedemonios y varios aliados tracios,
llegando al anochecer a las poblaciones de Aulón y Bromisco, donde el
contingente cenó. En plena noche se dirigieron hacia Argilo, a unos escasos
tres kilómetros de Anfípolis. El invierno en el norte de Grecia es duro y
aquella noche, según Tucídides, hacía mal tiempo y neviscaba, por lo que
Brásidas se apresuró, tratando de pasar inadvertido ante la guarnición de la ciudad.
En Argilo, los habitantes le indicaron que el lugar más adecuado para el ataque
era el puente que pasaba sobre el río Estrimón, único acceso practicable a
Anfípolis. El puente estaba alejado de las murallas y estaba escasamente
guarnecido. Con la oscuridad como aliada, los lacedemonios surgieron de
improviso de la ventisca y cayeron por sorpresa sobre los guardias, a los que
despacharon sin problemas. Todo se había llevado en el más absoluto secreto y
Brásidas pudo desplegar a sus hombres por todo el territorio sin hallar
resistencia, capturando a muchos anfipolitas que no tuvieron tiempo de
refugiarse tras las murallas. En la ciudad cundió el pánico y enseguida se
sospechó de una conjura, provocando el caos.
Brásidas no atacó de inmediato,
pues esperaba que sus partidarios se hiciesen con el control y la ciudad se
pasase a su bando pacíficamente. El espartano desconocía la situación de
anarquía que reinaba en el interior, haciendo imposible actuar a la facción
anti ateniense, y esperó con calma. Entretanto, el general ateniense al mando
de la guarnición en Anfípolis, Eucles, se puso de acuerdo con los ciudadanos
fieles a Atenas y mientras evitaban que los partidarios de Brásidas pudiesen
tratar de abrir las puertas, enviaron un mensajero en busca del otro general
ateniense -normalmente actuaban en parejas-, que se trataba del mismísimo
Tucídides, hijo de Oloro, al cual debemos casi todos los datos sobre esta
guerra gracias a su Historia de la Guerra
del Peloponeso. Tucídides se hallaba en la isla de Tasos, a medio día de
Anfípolis, con siete naves y en cuanto llegó el mensajero se dirigió a la
ciudad, aunque, según el mismo nos comenta, no creía poder llegar a tiempo.
Entretanto, Brásidas debía haber
deducido que sus partidarios habían fracasado y pronto se enteró de que
Tucídides se acercaba con siete naves. El espartano temía que la llegada de los
refuerzos animase a los anfipolitas a resistir y se viese obligado a un costoso
asedio. Tucídides, un miembro del aristocrático clan de los Filaidas, gozaba de
mucha importancia en Tracia, algunos opinan que incluso podía tener lazos
familiares, y poseía la concesión para explotar las minas de oro de la región,
lo que le aseguraba influencia sobre los notables tracios. Por todo esto,
Brásidas temía que de llegar él a Anfípolis la resistencia fuese más enconada e
incluso que pudiesen llegar refuerzos de otros lugares de Tracia. Desando
capturar la ciudad de forma limpia y rápida y sabiendo que dentro la población
era una mezcla de muchos pueblos más preocupados por su bienestar inmediato que
por la gloria del Imperio Ateniense, Brásidas recurrió a una de sus características
más exitosas e impropias de los lacedemonios: la generosidad. Anunció a los
sitiados que no habría represalias si se rendían, que tanto anfipolitas como
atenienses residentes en la ciudad mantendrían sus propiedades y derechos sin
que fuesen violados por los lacedemonios y que aquellos que no quisiesen
quedarse tendrían libertad para salir de la ciudad hacia donde quisieran sin
que nadie los molestase.
En la Antigüedad, la guerra de
asedio era cruel y brutal y las ciudades que caían sabían que no podían esperar
clemencia por parte del atacante. Por ello, siempre era tentador alcanzar una
solución negociada, y pocas veces se presentaban condiciones tan magnánimas
como las de Brásidas. Además, muchos anfipolitas tenían familiares presos de
los lacedemonios. Los partidarios del espartano, viendo a la población
dubitativa, se posicionaron sin reservas a favor de rendir la ciudad e
incitaron al pueblo a abrir las puertas a Brásidas, cuya fama de justo y
generoso había pasado de Acanto y Estagiro a todo el norte de Grecia. Eucles,
el general ateniense presente, trató de impedir la defección pero se vio pronto
sin apoyos y finalmente desistió y aceptó las condiciones. Así, al atardecer,
Brásidas entró en Anfípolis y,
cumpliendo su palabra, dejó salir a la guarnición ateniense de Eucles junto a
todo aquel que quisiese acompañarles. Casi a la vez, Tucídides llegó con sus
naves y, viendo la ciudad en manos el espartano, desembarcó en Eón, un pequeño
puerto cercano, y lo fortificó para evitar que cayese también. Allí recibió a
los atenienses que habían salido de Anfípolis. Al día siguiente Brásidas se
presentó ante Eón y atacó por tierra y mar simultáneamente, pero fracasó y se
retiró de nuevo a Anfípolis, donde fijo su cuartel temporalmente. Al poco llegó
Perdicas, muy satisfecho por el éxito y probablemente pensando en como sacar
provecho de la debilidad ateniense, y prestó ayuda a Brásidas en la
organización de la recién capturada ciudad. En los días sucesivos, las
poblaciones de Mircino, Galepso y Esima enviaron emisarios para comunicar que
abandonaban a Atenas y se ponían bajo la protección de Brásidas.
La fama del general espartano se
extendía de ciudad en ciudad mientras llegaban a todas partes las noticias de
sus éxitos, de como derrotaba con facilidad a los poderosos atenienses y de la
generosidad con la que trataba a las poblaciones que capturaba. Las colonias de
Atenas estaban hartas de la prepotencia de la metrópoli y su despiadada
explotación de los recursos y Brásidas, consciente de ello, se presentó ante
todos como un libertador que, en nombre de la poderosa y benévola Esparta,
venía a acabar con la tiranía ateniense y devolver su libertad a quien se lo
pidiese. Los atenienses había sido sucesivamente derrotados por él y ese mismo
invierno una gran operación para invadir Beocia terminó en desastre para Atenas
al ser derrotado y muerto el general Hipócrates en Delio; Atenas se debilitaba.
Muchas colonias empezaron a tratar en secreto la defección, y algunas enviaron
mensajeros para contactar con el espartano, que aceptaba todas las peticiones
por difíciles que se presentasen: nada era imposible para Brásidas el de
Télide, o eso hacía pensar el general.
En Atenas las noticias de las
defecciones llegaron una tras otra, y tras cada una se hallaba Brásidas. Su
nombre era ya sinónimo de catástrofe para los atenienses y la irritable
Asamblea empezó a clamar con histeria ante el tambaleo de todo el norte del
Imperio. La primera medida adoptada fue buscar un responsable sobre el cual
descargar todas las iras. Así, como fueron Anaxágoras o Sócrates en su momento,
Tucídides se convirtió en el culpable oficial del mal rumbo de la guerra. Se le
acusó de incompetencia en la defensa de Anfípolis y fue desterrado por veinte
años. Lo que los enfurecidos atenienses no podían imaginar es el favor que
hicieron a las generaciones de los siglos venideros, pues el general caído en
desgracia empeñó ese tiempo en componer su grandiosa Historia de la Guerra del Peloponeso. Podríamos decir, por lo tanto
que en cierto modo Brásidas colaboró inconscientemente en la redacción de esta
obra con su victoria sobre Tucídides.
Una vez aplacados con el
destierro de Tucídides, los atenienses, a pesar de las dificultades del invierno,
distribuyeron guarniciones por todas las ciudades de Tracia en un intento de
asegurar la lealtad de las colonias. Brásidas, entretanto, empezó a armar naves
en Anfípolis y pidió a refuerzos a
Esparta para continuar con su proyecto de expulsar a los atenienses del norte
del Egeo y cortar el suministro de trigo del Mar Negro, pero los espartanos ya
no tenían interés en la campaña de Tracia. Tras el desastre de Pilos, el
gobierno de Esparta solo quería recuperar a los 420 spartiatai prisioneros de los atenienses y terminar la guerra. Esta
incomprensible política hay que explicarla en base a la sociedad espartana. La
élite dirigente spartiata era muy
débil demográficamente y sobre ella pendía la Espada de Damocles de una
rebelión de la clase trabajadora, los ilotas. Por ello, cada guerra que
mantenía Lacedemonia era doble: por un lado se enfrentaba a un enemigo exterior
y por el otro tenía que mantener vigilado el frente interior. La pérdida de 420
varones en edad hábil era un horror para la escasa clase spartiata y la guerra, un esfuerzo titánico que podía significar en
cualquier momento el fin de Lacedemonia. Por ello, los dirigentes de Esparta
creían que Atenas estaba suficientemente débil como para forzarla a una paz con
condiciones ventajosas para los lacedemonios que pusiese fin a la costosa
guerra y conllevase la devolución de los prisioneros.
En estas circunstancias, Brásidas
y su campaña no interesaban. Habían cumplido el propósito de asustar a los
atenienses para que se aviniesen a firmar un armisticio y ya no eran necesarios.
Por lo tanto, mientras, los emisarios de ambas ciudades empezaban a esbozar un
acuerdo, Brásidas y sus hombres quedaron en territorio enemigo y abandonados
por Esparta.
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