Decía en la introducción a esta serie de artículos que los generales que tomaron parte en la Guerra del Peloponeso han sido condenados al olvido. Mientras los estrategas que vencieron a los persas 50 años antes en las Guerras Médicas pasaron a la posteridad por un único triunfo, cómo es el caso de Milcíades en Maratón, generales cómo Nicias o Demóstenes, que dirigieron ejércitos a la victoria en numerosas ocasiones y sentaron las bases de la manera de combatir de occidente no aparecen ni nombrados en los libros de historia. Hubo un hombre que sufrió esto más que ningún otro: Brásidas el espartano.
Si uno busca Brásidas en alguno de los miles de libros con títulos similares a “Grandes Generales de la Historia”, no encontrará ni una sola referencia. Si, recurriendo a las nuevas tecnologías, nuestro hipotético investigador teclea Brásidas en un buscador, hallará alguna página que podrá ofrecerle algo de información, de forma bastante superficial y caótica. Y, sin embargo, el nombre de Brásidas bastó para hacer que los ejércitos atenienses temblasen de pavor y que las ciudades sometidas a Atenas se cambiasen de bando.
Brásidas, hijo de Télide, nació en Esparta, pero no sabemos la fecha exacta. Las referencias que sobre él hace Tucídides son exhaustivas en cuanto a sus acciones militares, pero escasas en lo demás. Cómo todo joven nacido en el seno de la selecta clase social spartiata (espartanos de pura sangre, pertenecientes a las familias más influyentes de Lacedemonia), Brásidas debió comenzar su formación militar a los 7 años en la Agoge, el programa que formaba a las nuevas generaciones para convertirlos en guerreros profesionales y devotamente entregados al servicio a la patria. Es posible que ya por entonces destacase entre sus compañeros, en cuyo caso pudo haber servido en la Krypteia, un grupo de jóvenes seleccionados para controlar a los ilotas y, en caso necesario, asesinar a aquellos potencialmente peligrosos. Me gustaría recalcar que todos los datos sobre la Krypteia, así como los de otras instituciones o procedimientos de la Agoge, son de dudosa credibilidad. Plutarco y otros autores hablan de ellos, pero dado que ningún espartano dejó constancia de ello y teniendo en cuenta lo cerrada de la sociedad espartana, me parece más que probable que no sean más que exageraciones o directamente invenciones que los atenienses y otros griegos propagaban acerca de “esos misteriosos lacedemonios”.
Fuera como fuese, Brásidas debió ganar su reconocimiento como hoplita (soldado de infantería pesada) de la ciudad-estado de Esparta a los veinte años. Durante el primer año de guerra (431 a.C.), el rey espartano Arquidamo II dirigió al grueso de las tropas peloponesias (espartanos y aliados) para invadir el Ática y arrasar los alrededores de Atenas. Pericles, que gobernaba la ciudad por entonces, no salió a enfrentárseles, consciente de la superioridad cualitativa del ejército de Arquidamo. En su lugar, ordenó que se dispusiesen las cien mejores naves para costear el Peloponeso y causar tanto daño como pudiesen. Así se hizo y poco después, la escuadra ateniense zarpó del puerto de El Pireo. Entretanto, Brásidas estaba destacado al mando de una guarnición de cien hoplitas en Metona, al sur del Peloponeso. Este dato, primero que da Tucídides sobre el espartano, nos hace suponer que ya debía haber llamado la atención entre sus compañeros, puesto que tenía mando sobre una tropa considerable, pero que aún no había demostrado sus dotes, dado que su destino en una guarnición costera lejos del principal marco de operaciones no es especialmente prometedor. Asimismo, este puesto revela que no debía de ser muy mayor, impresión que da el relato de Tucídides a lo largo del resto de la narración. Aunque, insisto, esto no son más que conjeturas.
Las cien naves atenienses, más algunas aliadas de Corciria y otros lugares, tuvieron la habilidad de desembarcar justo en Metona. Llevaban algo más de mil hoplitas y unos cuatrocientos arqueros, y estaban mandadas por Cárcino, Jenótimo y Sócrates (no el filósofo, claro está).Debieron pensar que la ciudad era una presa fácil: alejada, con una débil muralla y muy pocos defensores. Pero no contaban con la guarnición de Brásidas, y menos aún con la efectividad con la que esta actuaría.
“Casualmente se encontraba por esos contornos Brásidas el de Télide, un espartano, con tropas de vigilancia, y al enterarse acudió con cien hoplitas en ayuda de los del lugar. Tras cruzar por entre las tropas atenienses diseminadas por la comarca y atentas exclusivamente a la muralla, irrumpió en Metona y, aunque perdió unos pocos de los suyos en el ataque, se hizo con la ciudad; por esa proeza, la primera de esa clase en esta guerra, fue felicitado en Esparta.”
Tucídides, II 25, edición de Francisco Romero Cruz
Fue una victoria de importancia menor para la guerra, pero esto no le resta mérito. La rapidez, contundencia y arrojo del ataque de Brásidas fueron excepcionales, lo que le permitió expulsar a los atenienses. Estas características se convertirían en su sello personal, y volverían a ser la clave de la batalla más famosa del espartano, muchos años después, en Anfípolis.
La felicitación en Esparta significó un enorme ascenso para la reputación de Brásidas. Jenofonte, en su obra “Helénicas”, menciona que al año siguiente (430 a.C.) fue nombrado éforo epónimo. Los éforos eran cinco magistrados elegidos anualmente, y desempeñaban una función principal en el gobierno de Esparta. Uno de ellos, el epónimo, daba su nombre al año del mandato. Este honor fue el concedido a Brásidas.
En el 429 a.C., se había abierto un nuevo frente en la costa oeste de Grecia. Desde la base de Naupacto, en Acarnania, el almirante ateniense Formión bloqueaba las rutas de entrada y salida del puerto de Corinto, aliada de Esparta. Formión derrotó a una flota muy superior a las órdenes del espartano Cnemo, anulando la presencia marítima de los peloponesios en la zona. Brásidas, junto con otros espartanos notables, fue enviado como asesor de Cnemo para concebir un mejor plan de batalla y asegurarse la derrota de los atenienses. Se trajeron más naves y se desarrolló una nueva estrategia. Entretanto, Formión empezaba a inquietarse y pidió refuerzos, pero se retrasaron. Finalmente, ambas flotas chocaron de nuevo. Cnemo y Brásidas no habían perdido el tiempo y consiguieron sorprender a Formión en orden de marcha mientras bordeaba la costa. Las naves peloponesias embistieron el flanco expuesto de los atenienses y capturaron nueve de las veinte naves en cuestión de minutos. Pero Formión era probablemente el almirante más dotado de toda Atenas. Consiguió, en una maniobra espectacular, que las restantes once naves evitasen la embestida y, virando, alcanzó Naupacto, donde se aprestó a la defensa. Uno de los once navíos quedó rezagado y antes de llegar al puerto le cortó el paso un barco peloponesio. Los atenienses observaban impotentes desde Naupacto la situación, sin poder socorrer al compañero, que daban por perdido. Pero la nave ateniense embistió con el ariete a la peloponesia y la mandó a pique. A la vista de esto, Formión ordenó avanzar a sus barcos para cubrir al heroico navío y en el envite, hicieron huir a los peloponesios, por lo que la batalla quedó en tablas.
Los espartanos, al contrario que los atenienses, no tenían ninguna tradición marinera y eran inexpertos en la guerra naval. |
Poco después llegaron los refuerzos de Atenas y Cnemo perdió la esperanza de tomar Naupacto. Brásidas, sin embargo, consideraba humillante volver a Esparta sin más logros que la captura de nueve barcos. Convenció a Cnemo de hacer una intentona contra el propio El Pireo, el puerto de Atenas. Era una idea tan audaz que rozaba la locura, pero Cnemo tampoco quería terminar su misión sin una victoria. Dado que El Pireo se hallaba al otro lado de Grecia, mandaron un mensaje para que se preparasen barcos en la costa este, y ellos cruzaron a pie el istmo de Corinto con los marineros llevando sus remos hasta donde aguardaban cuarenta barcos.
Una vez zarparon, hicieron escala en Salamina, donde capturaron tres navíos de vigilancia y devastaron las inmediaciones. El Pireo estaba desguarnecido, y cuando los atenienses vieron el humo venir de Salamina, cundió el pánico. De haber atacado, Cnemo y Brásidas hubiesen tomado el puerto, pero se entretuvieron y para cuando se dieron cuenta, se habían botado varias naves para proteger El Pireo. Indeciso, Cnemo optó por abandonar y finalmente la cosa quedó en nada.
Muy buen artículo.
ResponderEliminarInteligible, ameno y muy documentado.
Enhorabuena.