"Afortunadamente, la guerra es algo terrible. De lo contrario, podría llegar a gustarnos demasiado."

Robert E. Lee, general de los Estados Confederados de América










miércoles, 2 de febrero de 2011

Brásidas, el genio olvidado (IV)

Tras haber atravesado Tesalia, Brásidas llegó con su ejército a Macedonia, dónde fue recibido con alegría por el rey Perdicas. El soberano tenía dos buenas razones para requerir tropas a Esparta: si bien oficialmente era neutral, sus relaciones con Atenas habían sido enturbiadas por diversos incidentes, y ante los éxitos atenienses, veía probable que la ciudad de Atenea decidiese ajustar cuentas con él. Además, estaba sumido en una guerra con su vecino Arrabeo, rey de los lincestas, y  pensaba utilizar a los afamados hoplitas lacedemonios para aplastarle de una vez por todas.
Los atenienses no pudieron creer que Brásidas estuviese con un ejército en Macedonia, a escasos kilómetros de sus preciadas colonias, después de haberse paseado por delante de sus narices. Declararon definitivamente enemigo a Perdicas y reforzaron las guarniciones de las colonias de Calcídica.
Entretanto, el espartano marchó junto con el ejército real macedonio contra Arrabeo. Perdicas estaba impaciente por someter a su odiado rival, y pensaba que con los lacedemonios en su bando no podía perder. Al llegar a la frontera, Arrabeo mandó emisarios a Brásidas para pedirle que mediase entre ambos reyes y solucionase pacíficamente el conflicto. Brásidas había sido enviado con la misión de causar todo el daño posible a Atenas y ganar aliados para Esparta, por lo que pensó que actuando imparcialmente podría poner fin a la disputa y convencer también a los lincestas para unírsele. Además, los consejeros calcideos de Brásidas le advirtieron de que no era bueno librar a alguien tan ambicioso como Perdicas de su único rival en la región. El espartano tuvo en cuenta todo esto y manifestó su deseo de aceptar la propuesta. Al oírlo, Perdicas montó en cólera y le dijo al espartano que no lo había traído para juzgar sus desavenencias, sino para que aniquilase a quien él dijera. Brásidas, sin embargo, ignoró las quejas y, tras una entrevista con Arrabeo, firmó un tratado con él y se retiro. Ante el agravio, Perdicas, que había estado pagando la mitad de los gastos del ejército espartano, redujo su contribución a un tercio.
Brásidas era un general anormal para Grecia, pero más aún para Esparta.
Era innovador y atrevido, en contraposición a los ortodoxos y conservadores
espartanos.  Además, estaba dotado de energía, astucia y diplomacia,
cualidades poco comunes entre los lacedemonios.
A pesar de la disputa con Perdicas, este seguía interesado en mantener a sus órdenes al contingente, por lo que Brásidas permaneció en Macedonia. Desde allí se dedicó a su labor principal: provocar la defección de las colonias atenienses. Contaba con el apoyo de los calcideos, que le habían llamado a la vez que Perdicas, y con la simpatía de gran parte de la población local, que veía a los atenienses como invasores entregados a expoliar sus tierras. Inteligentemente, Brásidas se valió de este hecho y se presentó como un liberador. La sagacidad con la que actuó es elogiable, más aun teniendo en cuenta que era un espartano, educado para las medidas directas y, a menudo, un tanto simples.
La primera ciudad a la que acudió fue Acanto. Se presentó ante los muros con su ejército, pero, a sabiendas de que tenía numerosos partidarios dentro de la urbe, solicitó ser recibido sólo para poder hablar a la Asamblea. Ante los notables de Acanto, Brásidas realizó un brillante discurso en el que presentó a los lacedemonios como los liberadores de Grecia, aquellos que terminarían con el yugo de Atenas. Asimismo, aseguró que los espartanos no tenían ninguna aspiración a dominar la Hélade, exponiéndolo todo de forma tan convincente y atractiva que a nadie podía caberle la duda de si decía la verdad. Se mostró humilde durante todo el discurso, a la vez que alabó a los ciudadanos, y en ningún momento adoptó una postura amenazadora, hasta el punto de que ignoró por completo el hecho de tener un ejército a las puertas de la ciudad.
Tras aquella magistral muestra de oratoria y una exposición tan clara de las ventajas de Esparta, Acanto se unió a Brásidas, y poco después lo hizo la vecina Estagiro. Estas fueron las primeras de la larga lista de colonias atenienses que se rindieron ante el encanto del general espartano, cuya fama se extendía a velocidad vertiginosa. En palabras de Tucídides:


“…los méritos e inteligencia de Brásidas, ya porque los hubieran comprobado, ya porque los creyesen al oírselos decir a otros, originaron, de manera especial en los aliados de los atenienses, la atracción por los lacedemonios, pues, como fue el primero que salió de su país y dio la impresión de ser bueno desde todos los puntos de vista, dejó la firme convicción de que también los demás lacedemonios eran iguales.”
Tucídides, IV 81, edición de Francisco Romero Cruz

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