La batalla de Tapae, que enfrentó a Roma con los dacios, es la mayor victoria del emperador Trajano a lo largo de su dilatada carrera militar. El emperador hispano pasó toda su vida guerreando contra los enemigos de Roma, pero la mayor parte de este tiempo se enfrentó a enemigos que se atrincheraban en fortalezas y ciudades o que acosaban a los romanos en fugaces escaramuzas. En Tapae, no obstante, Trajano tuvo que hacer frente a un ejército completo en orden de batalla y formado en campo abierto. Me atrevería a decir que Tapae fue, de hecho, la última gran victoria del ejército romano en todo su poderío, ya que a partir de entonces no haría sino luchar por la supervivencia de un imperio que se resquebrajaba.
Decébalo y los dacios
La Dacia se correspondía con la actual Rumania, comprendiendo este reino parte de la llanura húngara por el oeste y los montes Cárpatos ocupando el resto del país. Limitaba con el Imperio Romano al sur, estando separado de la provincia de Moesia por el Danubio. Dada su abrupta geografía, la única manera de penetrar hasta el interior de la Dacia era por el oeste, pasando por la ciudad de Tapae. Esto convirtió a esta población en un punto estratégico y enclave, por lo tanto, de nada menos que cuatro batallas.
Los dacios eran uno de los pueblos bárbaros más evolucionados, gracias a la influencia de los griegos. De carácter belicoso e indomable, dieron problemas a Roma desde que los romanos entraron en contacto con ellos al ocupar Moesia. Durante el reinado de Domiciano (81-96), las razias de los dacios en territorio romano dieron lugar a una expedición de castigo al mando del Prefecto de la Guardia Pretoriana, Cornelio Fusco, en el año 87. Fusco y sus hombres llegaron hasta Tapae, donde sufrieron una emboscada y fueron aniquilados por un ambicioso caudillo, Diurpanneo, que utilizó esta victoria para erigirse rey de los dacios con el nombre de Decébalo. Una victoria menor romana de nuevo en Tapae al año siguiente no bastó para consolidar el dominio de Roma y Domicinao firmó la paz con Decébalo.
Esta paz, más nominal que otra cosa, le sirvió al rey dacio para reforzar su ejército y, lo que es más, su orgullo. Aprovechando la tregua, Decébalo fomentó los saqueos en Moesia y, como harían los ingleses con sus corsarios en el siglo XVI, cobijó a los bandidos a cambio de parte de los beneficios. Roma, acobardada por el desastre de Fusco, miró hacia otro lado con la esperanza de que en algún momento los dacios cesasen sus saqueos.
La campaña de Trajano
En el año 98 se terminó el chollo para Decébalo, pues ascendió al trono Marco Ulpio Trajano. Trajano era un soldado y un romano, por lo que nada más llegar al poder comenzó a organizar una campaña para meter en cintura al rey dacio y recordarle los acuerdos firmados con Domiciano a golpe de espada.
El ejército que tenía el hispano a sus órdenes era el mejor que había visto el mundo hasta entonces y el mejor que vería hasta mil años después. Roma estaba en el cénit de su gloria y sus legiones eran el símbolo de ese poderío. No es este momento para describir los entresijos de esta fabulosa máquina bélica, pero baste decir que poco tenía que envidiar los ejércitos modernos en cuanto a organización, logística y disciplina.
Trajano reunió siete legiones (I Auditrix, II Auditrix, III Flavia, VII Claudia, I Itálica, V Macedónica y XIII Gémina), cuarenta cohortes auxiliares (formadas por infantería no romana), dieciocho alas de caballería y treinta cohortes mixtas (que incluían infantería y caballería). A esto se sumaban dos cohortes de la Guardia Pretoriana encargadas de la protección del emperador. El total, unos 80.000 hombres, daban el ejército más grande reunido por Roma desde el primer emperador, Octavio Augusto.
Decébalo debió observar con pavor a esa ingente cantidad de hombres esperando al otro lado del Danubio una orden para abalanzarse sobre él. Pero era un líder inteligente y valiente, y ni se planteó la rendición.
Un decurión de la caballería romana dirige a su patrulla contra un grupo de refugiados dacios. |
El año 101, Trajano cruzó el Danubio sobre un improvisado puente de pontones y entró en la Dacia. Decébalo no plantó cara de forma directa, sino que fue retirándose hacia los bosques de los Cárpatos. Las fortalezas que debían frenar a los romanos cayeron una tras otra ante la maquinaria de asedio romana, y la caballería de Trajano cabalgaba delante del ejército dando caza a las partidas de dacios que huían del implacable avance de las legiones. Decébalo se dio cuenta de que Trajano marchaba hacia Tapae. Si el hispano conquistaba la ciudad, tendría el camino despejado para entrar en el corazón del reino. Sabía que tenía que evitarlo, pero era demasiado listo como para colocarse ante el ejército romano y dejar que le masacrasen. Probablemente recordando su victoria sobre Fusco en el mismo lugar, el rey dacio ideó una trampa para acabar con los invasores.
La batalla de Tapae
Trajano, entretanto, estaba ya próximo a Tapae. La ciudad era un infausto recuerdo para los legionarios, que sabían que de las dos últimas batallas libradas allí, una había sido una victoria amarga y la otra una derrota convertida en carnicería. Tapae se hallaba cerrando un estrecho valle delimitado por los montes Semenic al oeste y Banatului al este, ambos cubiertos de frondosos bosques. Decébalo decidió aprovechar el terreno para emboscar a los romanos. Colocó ante la ciudad, en el extremo norte del valle, al grueso de su infantería, con sus espadones curvos (falces) capaces de partir en dos a un legionario de un golpe. Pero eso era el cebo, pues en los montes Banatului, ocultos entre los árboles, esperarían más infantes, miembros de las fieras tribus montañesas. Y en Semenic aguardaba igualmente escondida la caballería de los aliados sármatas, un pueblo iranio oriundo de las estepas al este de la Dacia. Cuando los romanos se internasen en el valle en busca de la confrontación con el cuerpo principal, las tropas emboscadas caerían sobre sus flancos y retaguardia y los encerrarían, exterminándolos.
El plan era inteligente, pero muy previsible. Tal vez un jefe germano habría mordido el anzuelo, pero Trajano era un general romano, y de los mejores. Nada más llegar al extremo sur, observó el estrecho valle, por el cuál debía pasar para entrar en combate con los dacios que aguardaban en el otro extremo, y los silenciosos y amenazadores bosques que ocultaban las elevaciones. “Que me crucifiquen si esto no es una emboscada” tuvo que pensar el emperador. Los exploradores de la caballería romana que rastrearon los montes Semenic confirmaron sus sospechas al informar de la presencia de 10.000 jinetes sármatas.
Trajano ordenó al general Tercio Juliano tomar parte de las tropas y dirigirse a Tapae desde el oeste, atacando a los sármatas por la retaguardia. Juliano llevó consigo a las legiones I Itálica, V Macedónica y XIII Gémina, veinte cohortes auxiliares y diez alas de caballería.
El emperador avanzó por el valle con las legiones I Auditrix, II Auditrix, III Flavia y VIII Claudia en cabeza, flanqueadas por ocho alas de caballería. En reserva dejó veinte cohortes de tropas auxiliares, que marchaban detrás de las legiones. Si bien no tenía confirmación, Trajano suponía que si había tropas emboscadas en Semenic, también las habría en Banatului. Por ello, colocó treinta cohortes mixtas al mando de Lucio Licinio Jura en su flanco derecho, atentas a cualquier movimiento entre la maleza. El emperador, con su Guardia Pretoriana, se situó justo detrás de sus legionarios.
Decébalo no sabía nada de las tropas de Juliano y creyó que todo el ejército romano había caído en la trampa. Al dar la señal de ataque, los infantes dacios del extremo norte del valle se lanzaron sobre las legiones. Tal y como habían ensayado miles de veces, los legionarios arrojaron sus jabalinas (el famoso pilum), que atravesaron escudos y cuerpos dacios, para acto seguido desenfundar el gladius y esperar estoicamente la embestida. Esta no tardó en llegar y toda la furia y audacia bárbaras se empotraron contra la disciplina y serenidad romanas.
Los sármatas de Semenic escuchaban el ruido de la lucha esperando la orden de cargar… que nunca llegó. A su espalda sonó el cornicem y las legiones de Juliano cayeron sobre ellos. Los sármatas no fueron capaces de volver grupas y cargar en mitad del tupido bosque, y menos aún cuando los infantes auxiliares de Juliano y su caballería les envolvieron por los flancos y los empujaron hacia la picadora de carne que eran las tres legiones.
Entretanto, los dacios de Banatului salieron de la maleza y trataron de aplastar el flanco derecho de Trajano. Pero allí estaba Lucio Licinio Jura y sus cohortes. Aguantaron la embestida no sin sufrir un gran número de bajas, pero resistieron. Y no solo eso, sino que contracargaron ladera arriba. Comenzó a llover a cántaros sobre los combatientes, el suelo se embarró y los truenos resonaron sobre las cabezas de romanos y dacios. Los auxiliares continuaron su ascenso por la pendiente convertida en lodazal, luchando en un duro cuerpo a cuerpo para cubrir el flanco de sus camaradas.
En el centro, las legiones aguantaban a los dacios inspirados por la presencia de Trajano, que permanecía inmutable en su posición. Los bárbaros flaqueaban. La línea romana no se había roto con la carga inicial, y la profesionalidad de los legionarios les hacía muy superiores en el combate tan cercano, que era su especialidad. Los centuriones, en primera línea, acuchillaban incansablemente a los dacios mientras animaban a sus hombres. Cuando las tropas de Decébalo se percataron de que la emboscada no había funcionado, comenzaron a abandonar el combate. Pero el terreno, tan favorable en un principio, se volvió contra ellos al dificultarles la huida. Las alas del ejército romano los rodearon y fueron pocos los que lograron escapar.
Las tropas de Juliano habían acabado con los sármatas y los auxiliares de Lucio Licinio Jura consiguieron, a costa de muchas bajas, poner en fuga a los dacios de Banatului. Trajano había ganado el día.
Las tropas auxiliares de Lucio Licinio Jura descansan tras expulsar a los dacios de los montes Banatului. |
Después de Tapae
Los romanos sufrieron un número importante de bajas, pero a cambio de acabar con el ejército dacio casi al completo. Ambos bandos quedaron extenuados, pero obstinados como eran sus líderes, la guerra continuó. Decébalo se refugió en sus casi inexpugnables fortalezas de los Cárpatos, que se alzaban excavadas en la misma roca de los montes. Trató de organizar una contraofensiva con el apoyo de los sármatas pero fue desarticulada por la caballería romana antes incluso de empezar. Ni siquiera sus bastiones en las montañas repelieron a los romanos, que los capturaron uno a uno. Casi obligado por los nobles dacios, el rey pidió la paz. Trajano estaba harto de él y de los dacios, y la acepto poniendo unas condiciones muy leves. Se estableció una guarnición en la capital, Sarmizegetusa, Dacio debió pagar una compensación y poco más.
Esta paz no fue más que un descanso de dos años, pues Decébalo se volvería a rebelar y desencadenaría la segunda Guerra Dacia, que termino al suicidarse para evitar la captura. Dacia fue ocupada y romanizada, naciendo así la actual Rumanía.
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